LOS DÍAZ DE LA TORRE, VALDIVIELSANOS EN LA MODA DEL TEXTIL DEL SIGLO XVII

Sabemos que nuestro abuelo Pedro Manuel García Goméz de Zorrilla se fue a vivir de pequeño al pueblo de Quecedo donde su tío parroco. Desde allí caminaría todos los días a la escuela en Arroyo, esto le permitiría adquirir las competencias necesarias para heredar el derecho a la escribanía pública que le había dejado su abuelo. Esta entrada de Irene Garmilla nos sitúa en el origen de esta escuela fundada por los Díaz de la Torre. 
"Un importante hurto de bienes, que acabó con el cuantioso botín en el Valle de Mena, y con los cacos encerrados en la cárcel Real de Madrid, nos da pie para realizar un viaje al siglo XVII.
Imaginaos un pase de modelos hacia 1650, según datos tomados literalmente de un acta notarial muy seria: “Calzón y ropilla de senpiterna, y ferreruelo de senpiterna plateada guarnezido con puntas de rasso negro”, “calzón y ropilla de chamelote de aguas negro con capa de bayeta de Alconcher”, “bestido de paño berde de Las Nabas con sus pestañas de rrasso pardo”, “enaguas azules de senpiterna con pasamano al canto de Sancta Ysavel”, “bestidos, balón y ropilla con una capa de estameña de Flandes guarnezidos con puntas negras, canelado y listado”, “ropilla aforrada en tafetán color de romero, y otra color de malba”, “una valona y vueltas de gasa con sus punt[ill]as”; y, ¡ay! [suspiro], los maravillosos jubones “de chamelote verde guarnezido con enrejadillo de oro”, o “de damasquillo de lana guarnezido con puntillas de raso”, o “de chamelote rosaseca guarnezido con puntas azules de plata”, o “de raso de flores” o “de gorgueranzillo de Flandes”, ambos guarnecidos “con puntas de [h]umo”… y podríamos seguir con una larga lista donde figuran muchos de los modelos que vendía Sebastián Díaz de la Torre, “mercader de sedas”, nacido en Arroyo de Valdivielso el 13 de enero de 1607, y residente en la Villa y Corte, donde fallecería a finales de junio de 1666. Toda una pasarela de la moda del siglo XVII y, dado que la ropa interior también era importante, además de las enaguas, incluía en su colección “camisas y calzoncillos de lienzo casero”, así como “calzetas” para cubrir las piernas. A esto se añade que don Sebastián también vendía por varas un gran surtido de tejidos de la mejor calidad: “picote de Flandes plateado y amusco”, “anafaya de Córdova”, chamelotes encarnados o celestes y felpas negras importados de Génova, “damasco nácar y blanco de Granada”, bordadillos y terciopelados de Toledo, “seda de Flandes”, “bayeta parda de Sebilla”, “pelo de camello de aguas rosado” y “pelo de camello noguerado”, “estameña de Casarrubios”, “bombasí picado”, “albornoz noguerado” o plateado o color de oliva, guarniciones, puntillas y etc, etc. En su céntrico almacén de la madrileña Puerta de Guadalajara, en la confluencia de la calle Nueva y la calle Mayor, don Sebastián Díaz de la Torre también podía ofrecer textiles para el ajuar doméstico, entre otras cosas, “una cama de paño azul con cinco cortinas y el zielo y rrodapiés y sobrecama con su fleco de seda azul”, “almoadas de lienzo de la tierra labradas”, “sábanas de lienzo de la tierra”, “paños de manos con punt[ill]as”, “terliz para colchones”, servilletas y manteles de alemanisco, “servilletas de montaña”, etc.
Pero, por otra parte, ¿quién sabe hoy en día que el ferreruelo o herreruelo era una capa corta; o que el color noguerado es el de la madera de nogal; o que el amusco es un color pardo oscuro; o que la ropilla era la chaqueta entallada que se llevaba sobre el jubón o la camisa; o que un balón o valón (de Valonia) era aquella especie de pantalón bombacho que se fruncía bajo las rodillas; o que lo mismo, pero en femenino (la valona), era un cuello grande que cubría parte de la espalda y del pecho; o que la estameña de Casarrubios era un paño de lana utilizado para confeccionar vestiduras talares eclesiásticas; o que el alemanisco de los manteles y servilletas de calidad es un tejido con relieve; o que la sempiterna es una tela de lana muy tupida y resistente; o que el bombasí se hace con seda gruesa y tiene pelillo en una de sus caras; o que la anafaya era una seda rugosa; o que el albornoz, aparte de la consabida bata de felpa que todos conocemos ahora, era entonces una “tela hecha de estambre muy torcido y fuerte, a modo de cordoncillo”; o que el “humo” era una gasa de seda negra muy fina... ? Pues yo he aprendido esto y mucho más gracias a un robo.
Desde luego, los robos no siempre son productivos para los ladrones, que a veces terminan en la cárcel y con el fruto del delito requisado, pero pueden serlo en el futuro para los que queremos saber algo más sobre cómo eran las cosas en siglos pasados. Y un caso muy ilustrativo es el del hurto sufrido por Sebastián Díaz de la Torre, porque los bienes que, en gran cantidad, le fueron hurtados en 1652, y de los cuales acabo de ofreceros un breve extracto, aparecen magníficamente detallados en los folios de la requisitoria emitida en Madrid por el teniente de corregidor don Antonio Méndez de Lara ante el escribano de número de la Villa y Corte Juan López Vique para la recuperación de dichos bienes. En los folios 240-244 del protocolo 3.064/1, conservado en el AHPB, y correspondiente al legado del escribano de Población de Valdivielso don Pedro de la Torre El Joven, este escribano incluye copia de dicha requisitoria, así como del poder otorgado por Sebastián a su hermano Miguel, residente en Arroyo, y a un amigo quecedano, Juan de Mata, residente en Medina de Pomar. Y la requisitoria comienza así: «En la Villa de Madrid a veynte y seis días del mes de febrero año de mil y seiscientos y cinquenta y tres, ante mí el escrivano y testigos ynfraescritos, Sebastián Díaz de la Torre, vezino de esta Villa, mercader a la puerta de Guadalajara, (…) daba su poder a Miguel Díaz de la Torre, vezino del lugar de Arroyo, balle de Baldibielso, y a Juan de Mata, vezino de la Villa de Medina de Pomar, (…) para que por sí y en su nombre vayan al lugar de Santolaja, balle de Mena, (…) para que se les entreguen los vienes enbargados en el dicho lugar de Santolaja a Matheo de Viérgol, Lázaro y Juan de Biérgol sus hijos, por ser [estos] en la carçel Real desta Villa, porque lo más de los dichos vienes le fueron urtados por los susodichos…»
Según lo que podemos leer en esta acta notarial, y resumiendo un poco, los Viérgol, Lázaro y Juan, debían de ser algo así como los hermanos Dalton, pero unidos a su padre, Mateo, para formar un trío de cacos muy familiar. Eran naturales y vecinos de “Sanctolaxa” o “Santolaja”, es decir, del actual pueblo de Santa Olaja, situado en el Valle de Tudela, que, junto con los valles de Angulo y Ayega, es uno de los tres en que se divide la zona oriental del Valle de Mena. Por otra parte, visto el apellido, cabe suponer que la familia sería oriunda del cercano pueblo de Viérgol, que se encuentra también en el Valle de Mena. Pues bien, este padre y sus dos hijos se llevaron a Mena, desde Madrid, todo el botín obtenido en el establecimiento de don Sebastián Díaz de la Torre: nada menos que «quatro vaules y una arca de roble con las mercadurías y otros vienes». El atraco tuvo que estar muy bien organizado, ya que, siendo muy considerable el contenido de los baúles y del arca, estos serían grandes y pesados. He podido sumar hasta cien varas de distintos tejidos en un solo baúl (más de 83 metros de telas). Además de textiles, la requisitoria detalla que los Viérgol se llevaron algunos objetos de bronce, de plata y de plata sobredorada, entre otros «treynta cucharas de plata y sus tenedores», y asimismo «una espada con conchas de plata en la guarnizión» metida en un cofre, y también muchas guarniciones para caballerías (sillas de montar, correajes, cinchas, estribos…). Y, ya puestos, arramplaron con cuatro lienzos pintados que representaban a san Antonio, santa Filiberta, san Lázaro y «otro de san Francisco, de pinzel, de bara y media de alto». No solo les gustaron los santos, sino que también les atraía la cultura, pues se llevaron en el arca «diez y ocho libros chicos y grandes de latín y rromanze».
Un poco oscuro me resulta el asunto de las quince cántaras y los seis pellejos de vino. Son los únicos bienes que figura en el listado con una tasación: «ciento y treynta y cinco reales del valor de quinze cántaras de vino, más noventa reales del balor de seis pellejos a quinze reales cada uno». Puede ser que los Viérgol se llevaran el importe de una venta ya realizada por Sebastián Díaz de la Torre, o puede ser que ellos mismos vendieran el vino por las tabernas del camino. El primer supuesto me parece extraño, porque Sebastián Díaz de la Torre aparece junto con su sobrino Antonio Díaz de la Torre como compañía de mercaderes de sedas, aunque tal vez en sus viajes para la importación y exportación de tejidos aprovecharan para realizar otros negocios. El segundo supuesto dejaría muy bajo el nivel de inteligencia de los Viérgol, pues además de llevarse las mercancías robadas a su pueblo de residencia, habrían dejado una pista bastante clara por el camino.
Fuera como fuese, los bienes sustraídos fueron hallados y embargados en Santa Olaja, y las autoridades locales los depositaron en el vecino lugar de La Llana, también en el Valle de Tudela, en casa de doña María Fernández de Angulo Velasco. Hasta allí, para recuperar dichos bienes, se desplazó Miguel Díaz de la Torre, poderhabiente de su hermano Sebastián, junto con el escribano de Población de Valdivielso don Pedro de la Torre El Joven, el cual escribió lo siguiente: «En el lugar de La Llana del balle de Tudela a dos días del mes de abril de mil y seiscientos y cinquenta y tres años, en presencia y por ante mí el presente escribano y testigos, pareció presente Miguel Díaz de la Torre, vezino del lugar de Arroyo de la Merindad de Baldibielso, en nombre de Sebastián Díaz de la Torre, su hermano, vezino y mercader de sedas de la Villa de Madrid…» y, en resumen, el dicho escribano dio fe de que Miguel, en nombre de su hermano, se daba por «contento y pagado» tras la recuperación de los bienes detallados en la requisitoria y así lo firmaba.
Y colorín colorado, esta historia de mercaderes y ladrones se ha acabado. Así suele decirse, pero la verdad es que no se ha acabado, no, al menos por lo que respecta a los mercaderes. Porque aún hay mucho que averiguar sobre aquellos dos arroyanos tan ricos e ilustres como fueron Sebastián Díaz de la Torre y su sobrino Antonio Díaz de la Torre, de los cuales consta que formaban compañía como mercaderes de sedas en Madrid, según demuestra un contrato de 1656 relativo a la compra de 102 sacas de lana a Francisco Gómez Santiago, vecino de Segovia. Dicho contrato existe en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid con la referencia AHPM 7738-100, según he podido saber por una nota de un artículo publicado en los Anales del Instituto de Estudios Madrileños, CSIC 2003, y probablemente haya en dicho archivo madrileño más documentación relativa a estos importantes mercaderes valdivielsanos, incluidas las actas originales escritas por el escribano Juan López Vique con motivo del robo que aquí hemos relatado. A un par de amigas de Valdivielso residentes en Madrid las pondría yo a seguir este hilo, pero sabido es que no está bien comprometer a la gente.
En cuanto a lo que ya sabemos, Antonio Díaz de la Torre es quien cerró un contrato en 1662 con el maestro cantero Francisco de la Lastra y Fernández para construirse una bella mansión en Arroyo, la llamada “Casa de los Capellanes”. Como el mercader estaba en Madrid, fue representado por su hermano Francisco Díaz de la Torre, y por el cuñado de este, Andrés Alonso de la Torre, que tenía su parentesco por ser hermano de Josefa, la esposa de Francisco. Antonio Díaz de la Torre fundó y construyó también una capilla en la iglesia parroquial de Arroyo (según los famosos Apuntes Descriptivos de Luciano y Julián, sería la «situada a la derecha, hacia el centro de la nave»).
Un poco más sabemos sobre los descendientes de Sebastián Díaz de la Torre, gracias a que entre ellos hubo caballeros de la Orden de Santiago, y a que su esposa, Clara Rodríguez de Caicedo, con la que se casó en Madrid el 22 de marzo de 1643, fundó mediante su testamento una obra pía en Arroyo de Valdivielso, concretamente una escuela pública para los niños de Arroyo y Población, así como para todos los niños pobres de Valdivielso, estando dicha escuela en manos de un capellán que también diría misas por doña Clara, y siendo el primer patrón de dicha fundación su nieto Agustín Rodríguez de la Gala y Díaz de la Torre. Este nieto era hijo de Clara Díaz de la Torre y Rodríguez de Caicedo, nacida en Madrid el 25 de abril de 1646, que se casó allí el 2 de noviembre de 1664 con Agustín Rodríguez de la Gala, nacido en El Almiñé el 5 de febrero de 1625, el cual fue regidor en su pueblo natal, al menos en 1658, y secretario del Rey en la Corte de Madrid (cargo que perdió tras ser condenado al destierro cuando, a raíz de una querella interpuesta contra él por un escribano de Madrid, le acusó Antonio Díaz de la Torre, en connivencia con Clara Rodríguez de Caicedo, de haber hecho falsear el inventario de los bienes de Sebastián Díaz de la Torre, tras el fallecimiento de este). Los sucesivos patronos de la obra pía habrían de ser, según la fundadora, los descendientes legítimos de Agustín y Clara, o bien aquellos que poseyeran «la casa y mayorazgos de Díaz de la Torre, sita en el dicho lugar de Arroyo del Valle de Valdivielso, que es la casa que llaman de la Peña». Otra hija de esta pareja, o sea, otra nieta de Sebastián y Clara, fue Ángela Rodríguez de la Gala y Díaz de la Torre, nacida en Madrid el 9 de marzo de 1666 y casada con Anastasio González-Ramírez y de Zárate, que era madrileño de nacimiento, pero fue regidor en El Almiñé, y caballero de la Orden de Santiago. El hijo de ambos, Francisco González-Ramírez de Zárate y Rodríguez de la Gala fue alcalde de la Santa Hermandad en El Almiñé y regidor en la Villa de Madrid. En la foto que adjunto, tomada de uno de los libros de Vicente de Cadenas y Vicent, puede verse con más claridad y más datos toda esta sucesión, que tuvo orígenes en Valdivielso (Puentearenas, Arroyo, El Almiñé), y descendientes en Madrid, seguramente muy bien vestidos todos ellos.
De momento, como los escribanos tenían la fea costumbre de no escribir los apellidos maternos, no conozco la línea de parentesco exacta entre los mercaderes Sebastián y Antonio Díez de la Torre (eso se lo dejo a nuestro excelente genealogista arroyano de cabecera), aunque algo he leído sobre que eran tío y sobrino. Tampoco ayudan mucho los padrones de moneda forera por la misma razón, es decir, porque no mencionan los apellidos maternos, e incluso, en los padrones más antiguos, solo aparece la mitad del apellido, o sea, el patronímico, y omiten alegremente el toponímico. No sabéis cuántas veces he maldecido a aquellos escribanos que ahorraban papel, tinta y esfuerzo. De buena gana los agarraría por la ropilla y los estrangularía con la valona. Pero estoy a muchos siglos de distancia. Por eso se libran, que, si no, iban a enterarse aquellos malandrines, pues robar apellidos es mucho peor que lo que hacían los de la familia Viérgol. Y es que estos, al fin y al cabo, generaban noticias y nos han legado mucha información. Espero que os haya gustado la historia y que me perdonéis si me he extendido demasiado. ¡Buen verano tengan vuesas mercedes, y buenas bermudas y camisetas luzcan en el Valle, a falta de la elegancia de los jubones y valones de otros tiempos!

Comentarios

  1. Excelente entrada de blog, super interesante, además porque me he encontrado a un ancestro en Antioquia, Colombia que venía de España pero no especifican el lugar, entre 1650 y 1670 porque en 1675 era nombrado Regidor de la ciudad de Antioquia. También se llamaba igual a uno de estos mercaderes de tela, Francisco Díez de la Torre, a veces, Díaz de la Torre.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario