La muerte de José Fernández Quintano: un misterio dos siglos más tarde. (Irene Garmilla)

 


Era la última semana del frío mes de enero cuando el regidor de Arroyo dio parte, concretamente el día 26 de enero de 1820, de que el vecino de dicho lugar José Fernández Quintano se hallaba en paradero desconocido, sin que su esposa, Juana Alonso de Huidobro, pudiera explicar por qué su marido no había aparecido por su domicilio y por el pueblo en varios días. Mediante un auto de oficio, el Juzgado de Villarcayo ordenó la búsqueda del desaparecido y lo encontraron «muerto en un arroyo».

Dos facultativos examinaron el cadáver de aquel hombre joven, de 31 años de edad, y determinaron que este presentaba «una erida en el hueso frontal inclinada à el lado derecho, hecha à el parecer con arma de fuego, ahugero redondo de la magnitud de una vala regular de onza que penetró desde dicho hueso hasta la parte superior de la primera vértebra del cuello, que fue su salida, y que la tal erida hera mortal de necesidad». Así informaba el escribano público Cecilio de Regúlez sobre la causa de la muerte de José Fernández Quintano, en un escrito fechado en Villarcayo a 19 de febrero de 1820,* realizado por orden del señor Corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja, y dirigido al fiscal de la Sala del Crimen de la Real Chancillería de Valladolid, para que este diera parte a los señores Gobernador y Alcalde del Crimen de dicha Real Chancillería.
La causa de todo este despliegue comunicativo era la condición de hidalgo del muerto, ya que, por su pertenencia al estado noble y según las leyes vigentes en el Antiguo Régimen, la Real Chancillería debía estar informada de las diligencias que se practicaran en Villarcayo para aclarar la muerte violenta de José Fernández Quintano. Además, como en Valdivielso casi todos eran hidalgos, resultó que también era noble el sospechoso que fue arrestado, y no se podía encarcelar a un hidalgo sin informar del hecho al tribunal de Valladolid. El escribano Cecilio de Regúlez, que en el membrete del escrito se presenta a si mismo como «Notario de Reinos, Número y Ayuntamiento general de estas Merindades, etc.», nos cuenta que «procedi[én]dose à la correspondiente sumaria justificación, en su vista por los indicios resultantes de ella, se mandó arrestar y embargar sus bienes à Juan de Arce, vecino del mismo Arroyo, que se halla preso en esta Real Cárcel...».
Por otro lado el párroco de Arroyo, don Leandro Díaz de la Torre, en la partida de defunción escribió que José Fernández Quintano «no recivió sacramento alguno acausa de haverle matado de un escopetazo, según declaración de los facultativos y autos judiciales que se están obrando». José Fernández Quintano fue sepultado en la iglesia de Arroyo el 29 de enero de 1820 «en el segundo rumen** al lado del evangelio en una sepultura dotada que goza su muger Juana Alonso de Huidobro», es decir, que la sepultura pertenecía a la esposa del finado o al linaje de esta. También dice don Leandro que «asistieron a su entierro quatro sacerdotes, y la Justicia de Villarcayo, y cofradía de San Vicente Mártir, el patrono de este lugar». Otra cosa que escribe el párroco es solo una escueta afirmación: «Dexa por su heredera única a Rafaela Fernández Quintano». De momento, ni el genealogista Juanra Seco ha podido localizar a esta heredera, ni yo he podido encontrar el testamento de José Fernández Quintano. ¿Por qué no heredaba su esposa Juana, que llevaba casi cinco años casada con él? Habían tenido dos hijos varones, de los que no se sabe más que los nombres y no figuran en la partida de defunción, porque probablemente no sobrevivieron ni unos pocos años. No hay noticia de más hijos o hijas. Tampoco sabemos de hermana alguna de José que se llamara así. ¿Quién era Rafaela Fernández Quintano? Sin segundo apellido es difícil localizarla. Ya tenemos un primer dato misterioso.
Al acusado de perpetrar este asesinato, Juan de Arce, se le declaró «libre de culpas y cargos en la muerte de José Fernández Quintano», y se ordenó el desembargo de sus bienes, en virtud de una sentencia absolutoria dada el 6 de noviembre de 1820 por el Juzgado de 1ª Instancia de Villarcayo, y refrendada por los magistrados de la Audiencia de Valladolid a 9 de marzo de 1821. Lamentablemente solo he podido ver los escuetos informes que el Corregimiento enviaba a Valladolid, y no la sentencia completa, ni documentos relativos a la instrucción del caso o al desarrollo del juicio. Y es dudoso que en el Archivo del Corregimiento de las Merindades, sito en Villarcayo, pueda encontrarse algo más, aunque es allí donde tendría que estar toda la documentación relativa a este caso y/o a otros posteriores que se instruyeran con otros posibles sospechosos. Lo cierto es que la antigua archivera, Bea Garcia Gonzalez, tan amable como siempre, está intentando localizar algo, pero en una primera búsqueda no ha visto que allí figure nada al respecto. Me temo que lo que allí se guardara en su momento, posteriormente pudiera haber sido destruido por causas naturales o de otro tipo. Aunque, ¿quién sabe? A veces aparecen las cosas cuando menos las buscas. Si hay novedad os lo contaré.
Por ahora, solo puedo elucubrar sobre quién era realmente aquel presunto culpable “Juan de Arce”, del que nunca se menciona un segundo apellido ni filiación alguna en la documentación disponible, y cuyo nombre aparece en Valdivielso en aquella época designando a al menos dos individuos diferentes, quizá tres. Me inclino a pensar que se trataba de Juan de Arce Cabeza de Vaca y Alonso de la Puente, que se había casado en 1804 en Arroyo con Manuela Eustasia Fernández Quintano y Gutiérrez de Saravia, nacida en Quecedo el 2 de mayo de 1779. Ambos cónyuges eran vecinos de Arroyo, siendo Manuela Eustasia prima carnal de la víctima, o sea, de José Fernández Quintano y Fernández de Huidobro (porque el padre de ella, Manuel Felipe Fernández de Huidobro y Fernández Quintano, era hermano de la madre del asesinado José, llamada Ángela Fernández de Huidobro y Fernández Quintano, que lo había tenido con Valerio Fernández Quintano y Fernández de la Cuesta). Ya veis que la sopa de los Fernández está servida, y con una buena porción de Fernández-Quintano como ingrediente principal, como si este fuera ese vino oloroso que siempre se echa a cualquier consomé que se precie. Más se nos complica la receta si consideramos que el Arce Cabeza de Vaca, apellido del primer sospechoso, era también el segundo apellido de la esposa de la víctima, Juana Alonso de Huidobro y Arce Cabeza de Vaca. Pero por este lado no he conseguido establecer relación alguna. Lo único que hay, por ahora, es que la esposa de aquel Juan de Arce y Alonso de la Puente era prima carnal del asesinado José Fernández Quintano. ¿Un crimen en familia? Siempre es la primera sospecha que surge, porque las familias suelen ser terreno abonado para que medren las rencillas por envidia, codicia, rivalidades, etc. Pero en un pueblo, o en un pequeño valle, puede haber también otros escenarios posibles.
A mí me apena, sobre todo, que mi abuelo Valerio (7º antepasado mío y de mis primos) perdió a un hijo de una manera extremadamente violenta, de un disparo a bocajarro en la cabeza. Para entonces mi abuela Ángela, madre de la víctima, ya había fallecido, pero su hija, mi antepasada María Fernández Quintano y Fernández de Huidobro, perdió a un hermano. No sé si ellos llegarían a saber quién lo hizo y por qué. O si siguieron culpando en su fuero interno a Juan de Arce, aunque a este la Justicia lo hubiera absuelto.
Y, desde luego, es todavía más difícil investigar un crimen después de pasados 200 años. Eso solo se consigue en las novelas o en las películas, y con un o una detective de más enjundia que una servidora. Pero si averiguo algo más, ya os lo contaré. Al menos, así vamos reuniendo material para esa película que alguien podría hacer sobre los asesinatos perpetrados en Valdivielso y no resueltos, o resueltos de manera poco convincente, que ya van siendo unos cuantos. A lo mejor da para una serie televisiva titulada, por ejemplo, “Crímenes en el Paraíso”, quién sabe.
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*Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. SALAS DE LO CRIMINAL,CAJA 2249,3.
**Hilera de rectángulos destinados a utilizarse como sepulturas en el interior de una iglesia.

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