Insultar en Valdivielso (1) Sainete histórico en tres Cuadros, con Prólogo y Epílogo
Para tener presente este maravilloso artículo de un blog que se llama belosticalle y dedicado a Jokin Garmilla (la Voz de Valdivielso). Escuchar el audio aquí.
Puente Arenas (Burgos) se llamó también La Puente de Valdivielso [1]. Un pueblo que tuvo su razón de ser en el puente que franqueaba el Ebro a un camino cardinal de ida y vuelta: Camino de la Lana /Camino del Pescado, entre Burgos y los puertos de la mar. Bilbao sobre todo, para la lana y el bacalao. Y es que cuando decimos ‘puente’ no nos damos cuenta de que estamos diciendo también ‘camino’ [2].

“La escena se sitúa …”
Puente Arenas (Burgos) se llamó también La Puente de Valdivielso [1]. Un pueblo que tuvo su razón de ser en el puente que franqueaba el Ebro a un camino cardinal de ida y vuelta: Camino de la Lana /Camino del Pescado, entre Burgos y los puertos de la mar. Bilbao sobre todo, para la lana y el bacalao. Y es que cuando decimos ‘puente’ no nos damos cuenta de que estamos diciendo también ‘camino’ [2].
Recuérdese, estamos hablando de siglos en que no existía el trazado de La Mazorra ni, en Valdenoceda, sobre el Ebro, el fernandino Puente del Aire, obras públicas de los años 30 del siglo XIX. El camino, desde Burgos, llegaba por el páramo de Los Altos a la Ermita de Santa Isabel y Casa de la Lana, en término de El Almiñé. Allí fenecía el trajín de la Cabaña de Carreteros, y por privilegio tomaban el relevo transportistas del Valle y de otras Merindades de Castilla Vieja, desde la temible calzada y Cuesta de la Hoz, hasta la aduana de Balmaseda, si iban a Bilbao.
Puente Arenas, La Puente, todavía hoy sigue siendo un pueblo interesante, por naturaleza y arte, en el conjunto espectacular del Valle de Valdivielso.
Valdivielso –o Valdivieso, como también se decía– tuvo su discreto Siglo de Plata, más o menos desde entrado el siglo XVI al XVIII, en que se gasta aquí mucho dinero. Plata americana, amasada por oriundos ausentes, y gasto suntuario que enriqueció las iglesias, levantó casonas, labró blasones y pintó víctores. La población llana no mejoró con eso su condición, aunque donde hay se nota, sin contar el beneficio de fundaciones y obras pías [3]
Sin embargo, ya antes de aquello, la parte norte o ‘Valle Arriba’ había conocido otra bonanza más discreta, por la trajinería: general, vino, pescado fresco y seco, pero sobre todo la lana.
Si se compara el lugar de Puente Arenas con sus vecinos en torno –Valdenoceda, Quintana, El Almiñé, o la capital de merindad, Quecedo, una diferencia salta a la vista: siendo como era La Puente paso estratégico sobre el Ebro, no tiene ni al parecer tuvo torre defensiva medieval. Paso que, por otra parte, lleva aneja cierta toponimia que los expertos han relacionado con un núcleo de población judía [4]. Por lo visto, no hubo aquí en la Edad Media ninguna familia sobresaliente entre sus pares, en una población de labradores e hidalgos de escaso o medio pelo. Sólo muy avanzado el siglo XV esta pequeña sociedad, poquito a poco, se despereza y aspira a más [5].
Judíos a las Merindades
En el negocio de la lana participan desde la Edad Media los judíos, que también entendieron de aduanas, impuestos y banca, bajo protección real y señorial. Esto generó reacciones antisemitas esporádicas, con violencias y expulsiones, más una hostilidad sorda que obligó a muchas familias judías desprotegidas a desplazarse.
Un foco singular de antisemitismo fue Vizcaya –en el sentido amplio que este término tenía entonces–, empobrecida por guerra banderiza crónica , donde el judío acabó siendo chivo expiatorio. A esto se sumaba la aspiración de los vizcaínos a la nobleza o hidalguía universal, que según su pretendido ‘fuero’, implicaba la segregación de moros y judíos como razas manchadas, un peligro para la limpieza de su sangre. Y en tercer lugar, la emergencia de una clase vasca preparada en oficios de secretaría y contabilidad, competidora del lobby judío en este terreno.
Total, que muchos judíos, ya incómodos en el País Vasco, tuvieron que emigrar, y no pocos de Valmaseda lo hicieron por la vía del Cadagua arriba. Esta ascensión por el camino del negocio de la lana, bajo la protección de la Casa de Velasco, dio cierto auge a la aljama de Medina de Pomar y sus dependencias, concretamente la judería de Valdivielso, donde también hubo familias afiliadas a la aljama de Oña, con el Abad de San Salvador como protector. Abades y Velascos, sin forzar conversiones, las amparaban, incluso apadrinando a conversos.
En Valdivielso, los nuevos inmigrantes encuentran un fenómeno que les resulta familiar: una aspiración creciente a la hidalguía, que en algunos lugares era muy mayoritaria. Por ejemplo, en Valdenoceda (1506), un censo completo que tengo delante registra 58 encabezados: 44 (76 %) hidalgos y 14 (24 %) labradores o pecheros.
La afición a ennoblecerse fue común entre conversos y criptojudíos, una vez consumada la expulsión. Pero incluso varias décadas antes de 1492, los judíos llegados al Valle al calor de parientes suyos conversos pudieron emprender cierta asimilación social. Digo esto, porque el caso que vamos a conocer trata de un sujeto al que a priori no me atrevo a negarle todo carácter judaico, luego vemos por qué.

Nobles hidalgos y pecheros llanos
Cosa es tan sabida como chocante, que en el Antiguo Régimen –el anterior a las Cortes de Cádiz (1812)– la sociedad se repartía en dos categorías generales: el estado noble de los hidalgos, y el llano de los pecheros. Sólo éstos pagaban pechos, es decir, las contribuciones generales, cuando ‘Hacienda no eramos todos’. Y sólo los hidalgos, aparte de pagar menos, se señalaban por un escudo de armas con su divisa.
«¿Qué pintan los blasones?», preguntaba en una de sus sátiras Juvenal [6]. En Roma, señor poeta, lo que usted diga. En Castilla pintaban, no mucho, muchísimo.
«La hidalguía era algo más que “vanidad de vanidades y apacentarse de viento”, que dijo el rey Salomón. Ser hidalgo significaba pertenecer por herencia genética a un estado social de privilegio, con acceso exclusivo a oficios y cargos de distinción, derecho al honor, exención de muchos impuestos y de ciertas penas viles, amén de otras fruslerías. Y todo eso independientemente de la situación económica del hidalgo, que podía ser francamente desesperada, por insultos de la veleidosa Fortuna, que no raras veces arrimó sus pucheros más llenos a las mesas de los pecheros más llanos». [7]
Pues la sangre de los godos,
y el linaje, y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas iras y modos
se sume su gran alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuán bajos y abatidos
que los tienen!
Otros, que por no tener,
en oficios no debidos
se mantienen
Pues si tan bien lo dijo en sus Coplas Jorge Manrique, más clara estuvo en su prosa la abuela de Sancho Panza:
¿Qué era la hidalguía? Nuestra época vulgar a menudo la confunde con nobleza. Pues no. Don Alfonso el Sabio en la Partida II define: «Hidalguía es la nobleza que viene a los hombres por linaje». Era, pues, un caso particular de nobleza: la de sangre, por el padre y la madre desde los bisabuelos por lo menos, aunque sólo la transmitía el varón.
Un pechero o villano podía ser ennoblecido por el monarca, en atención a algún mérito o servicio especial. Era uno de los pocos casos de permeabilidad ascendente entre clases. Descender era más fácil. El hidalgo podía dejar su estado, si eso le traía cuenta; y la mujer hidalga lo perdía casándose con villano.
Hidalgo era contracción de hijo dalgo: ‘hijo de algo’, no tanto por el caudal, sino por ejecutoria, como hijo de sus propias obras y de las paternas. Y al igual que en los otros nobles, también entre hidalgos hubo categorías o clases. Una de ellas, el hidalgo de vengar quinientos sueldos: hijo de hidalgo con su barragana, al que el padre confiere esa calidad añadiendo a la filiación dicha suma. Si alguien se permitía insultar o de otro modo ofender a uno de esos hidalgos –por ejemplo, llamándole villano ruin, o mentándole a la madre concubinaria y tal vez villana, el ofendido tenía derecho a reparación, devengando quinientos sueldos por la ofensa. En efecto, otra nota del hidalgo fue el pundonor. Una sensibilidad resarcible con dinero, mejor que con sangre, máxime cuando el reto era imposible, como en las ofensas recibidas de villano, clérigo o mujer.
Tomemos buena nota, porque el hidalgo de nuestra historia, Juan de Tejada, va a ser precisamente de los de quinientos sueldos, y sus ofensoras visten sayas.
Los documentos inéditos que manejo le hacen vecino de un barrio llamado de Tejada. Es evidente la relación con el antiguo priorato benedictino o Granja de Tejada –una propiedad de la Abadía de Oña–, en término de Puente Arenas, aunque como tal barrio del pueblo, el nombre se ha perdido.
Decir Tejada evoca hoy a San Pedro de Tejada, esa joya románica, meca de turistas junto con su gemela, San Nicolás de El Almiñé. Nuestro Juan pudo incluso ser bautizado allí mismo. Pero no le imaginemos presumiendo de arte, pues ya antes de 1500 el estilo que llamamos románico se tenía por bárbaro y obsoleto. Devoción sí, al Apóstol de España; y de hecho, Juan a su primogénito que conoceremos le llamó Pedro.
Por otra parte, el priorato de Tejada, dedicado a la industria porcina tanto como a los pleitos, no estuvo lo que se dice en buena relación con el clero y pueblo de La Puente, congregado ante la iglesia de Santa María. Los cerditos de aquella religiosa granja, sueltos y lustrosos por La Desa o Dehesa del Val, más la corta y tala de encina por los frailes, motivaron un contencioso secular con el vecindario de La Puente y Quecedo, resuelto finalmente por concordia en marzo de 1495.
En suma, que como apellido, para Juan el suyo no era carta de recomendación ante el vecindario. Y sin embargo (lo veremos), ser un Tejada fue tal vez su salvación.
Pero no reventemos el suspense.
En suma, que como apellido, para Juan el suyo no era carta de recomendación ante el vecindario. Y sin embargo (lo veremos), ser un Tejada fue tal vez su salvación.
Pero no reventemos el suspense.
[1] En el Becerro de las Behetrías de Castilla, del rey Pedro I (s. XIV), figura como La Puente de Arenas, Merindad de Castilla Vieja. «Este logar es behetría, e han por señor a Garci Fernández Manrique, e son naturales della don Nuño e don Pedro e todos los de Villalobos e los Manriques, e non hay otros, que ellos sepan». V. la ed. príncipe, Santander, 1866, f. 212 vto.
[2] Puente viene de una raíz primitiva indoeuropea (*pntos), presente en el sánscrito, el griego, el anglosajón, lenguas germánicas y eslavas…, donde en todas significa camino (excuso ejemplos). Incluso en latín y en griego, existe pontus/póntos, el ponto, como el ‘camino de la mar’, ya desde la Odisea, y según versos de Los Argonautas (4: 225-226) y la Eneida (10: 295-296), o el medieval que cita san Isidoro (Etimologías, 1, 37, 3):
Pontum pinus arat, sulcum premit alta carina
El pino ara la mar,
la quilla de alto porte surco traza
Fuera de eso, el latín, idioma de ingenieros, reservó esta herencia léxica para esos puntos críticos donde un camino se topa con algún accidente geográfico –río, ciénaga, barranco– que hay que franquear con ingenio: bien con un pontón flotante (ponto, pontonis), o mejor con un puente (pons, pontis). Los ingenieros que todavía llamamos ‘de caminos y puentes’, en Roma se llamaron pontifices (los que hacen puentes), organizados en colegio presidido por el Pontifex Maximus o Sumo Pontífice. Este significado de ‘puente’ heredaron las lenguas romances.
El latino pons es masculino, y lo mismo casi todos sus derivados medievales, con pocas excepciones. Una es el galaico-portugués (a ponte); otra, el castellano antiguo, donde fue femenino (la puente) hasta tiempos de Góngora. Desde el s. XVII, poco a poco se hace masculino, de modo que todavía en el XVIII el primer Diccionario de la Real Academia lo daba como ambiguo. Así es femenino, o lo ha sido, en topónimos como La Puente de Valdivielso, y en apellidos derivados: De la Puente, Ruiz de la Puente etc.
[3] El aumento de población en la primera mitad del XVI queda probado en La Puente y otros pueblos del Valle por la ampliación de la iglesia románica. Sólo la falta de dinero libro de la piqueta al resto del viejo edificio.
[4] Inocencio Cadiñanos Bardeci, Judíos y mudéjares en la provincia de Burgos. Diputación Provincial, Burgos, 2011. Del mismo: Arquitectura fortificada en la provincia de Burgos. Dip. Prov., Burgos, 1989.
[5] No confundir las torres fuertes de verdad –siglos XIII-XV (más o menos alteradas)– con las casonas o las falsas torretas renacentistas y barrocas –siglos XVI-XVII–, con representación en Puente-Arenas.
[6] Juvenal, Sátira 8, 1 ss.
[7] J. Moya, Papeles viejos de Castilla-Vieja. Villarcayo, 1993, pág. 197.
[8] Quijote, II, 20. Cfr. A. Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen. Madrid, Istmo, 2ª ed. 1979, págs. 26 y sigs.

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