TRES CASTILLOS EN LÍNEA – y el “MAPAMUNDI” DE VALDIVIELSO (Irene Garmilla)

«… Enzima de el lugar de Toba que está ala parte del ábrego, y faldas dela sierra, forma esta como en su medio una espezie de pirámide mui elebada y por remate tiene un castillo de fábrica tan sólida que se parten las piedras antes que soltar la argamasa conque se unieron. Tiene muchas troneras, y no se puede andar ael derredor de él por la elebazión y lo escarpado de la peña, y solo tiene una entrada que es ael cierzo y parte que mira ael Valle; frente de este, en el lugar zitado de Quezedo, ai otro castillo pegante a su iglesia parroquial, con muchas troneras y paredes de tanta fortaleza y anchura que por partes tienen más de dos varas castellanas. Es propio de dicho Excmo. Sr. Duque de Frías. Y siguiendo la rectitud de estos dos castillos que corta por medio el Valle, ai endicha sierra de Tesla, y quasi a igual altura dela del castillo zitado de Toba, una ermita conla adbocazión de San Esteban en medio de los lugares de Quezedo y Arroyo, y a espaldas de ella ai seis cuevas [en otro pliego dice siete] echas en la peña misma a martillo, que indican serbían para guarecerse las jentes. Y a espaldas de dicha sierra, sobre el lugar de Quintana la Cuesta correspondiente a la Merindad de Cuesta Urría, ai otro castillo de igual fábrica y positura que el zitado de Toba y se nomina el castillo de Monte Alegre.» Magnífico texto: tres castillos sobre una línea que pasa también por un par de lugares bastante enigmáticos.
¿De dónde sale esto? Pues bien, el marqués de la Ensenada no solo puso en marcha la creación del famoso catastro que lleva su nombre, sino que además envió a París en 1752 a varios cartógrafos españoles con el fin de que se formaran con el prestigioso cartógrafo francés Jean Baptiste Bourguignon d’Anville y fueran luego capaces de realizar una buena cartografía de los territorios españoles. Uno de estos cartógrafos era Tomás López de Vargas Machuca, que realizó el “Atlas geográfico de España” y otros muchos trabajos, pero falleció en 1802 sin llegar a terminar su obra más ambiciosa, el “Diccionario geográfico de España”, que se quedó incompleto y en forma de borrador manuscrito. Sin embargo, en 1766 Tomás López había enviado a cada parroquia, diócesis o arciprestazgo un breve cuestionario, y en 1796 envió otro más exhaustivo con 15 preguntas, además de la solicitud reiterada de que le dibujaran un pequeño mapa local. Es de suponer que recibió un “mapa” de la Merindad de Valdivielso, realizado probablemente por algún párroco, y con esto y las respuestas al cuestionario, consiguió escribir unas pocas páginas en borrador explicando lo que allí había. En un primer bloque de descripciones se menciona el año 1770, y en el segundo se habla de una terrible riada en 1775. Aunque el mapa no es más que un croquis bastante rudimentario, y es evidente que falta trabajo de campo, creo que es el único “mapamundi de Valdivielso” que tenemos del siglo XVIII. Ya me diréis si os parece interesante.
Al menos tres personajes intervinieron en la confección del mapa y en la información sobre la Merindad de Valdivielso que solicitó Tomás López en distintos momentos para su Diccionario Geográfico. El primero, que sepamos, fue el capellán de Sta. María de Condado, don Ildefonso Ruiz de Huidobro, quien en 1772 remitió al geógrafo un escrito con una rudimentaria descripción de las posiciones de cada pueblo del Valle, y un croquis aún más rudimentario. El segundo, en 1787, fue el capitán Juan Antonio de Aldama y Bustamante, corregidor de las Merindades de Castilla la Vieja. Aseguraba contar con un varón que le ayudaba a confeccionar el informe, pero no sabemos quién era este. Como a la tercera va la vencida, en 1796 Tomás López redactó un cuestionario más en serio, el de las 15 preguntas, y se lo envió al tercer personaje: el arcipreste de Valdivielso, don Ángel Antonio de Isla. Como en el borrador no hay fechas, salvo las de algunos hechos que se mencionan, solo se puede aventurar que las descripciones (que aparecen en dos bloques) surgen en los dos últimos intentos, Y el mapamundi será también obra del arcipreste, o del misterioso hombre de confianza del corregidor.
A mí me ha encantado, y me ha entristecido, leer, por ejemplo, sobre un castillo que puedo imaginar, pero no ver. Y lo que imagino es a mi séptimo antepasado, Juan de la Garmilla y Alonso de Liado, cuando como esforzado labrador iba desde su Puentearenas natal a Quecedo, a mediados del siglo XVIII, para cultivar las fincas quecedanas que tenía arrendadas, y, al acercarse al pueblo, contemplaba el impresionante conjunto que formarían la iglesia y el castillo vistos desde el camino. El castillo estaba en pie, al menos sus ruinas, hace 250 años. ¿Adónde fueron a parar sus piedras, tantas como habría en aquellos muros de más de metro y medio de espesor? Cada vez que me acerco a la iglesia de Quecedo, a ese bello paraje apartado que ahora está tan lleno de silencio y soledad, tengo la sensación de que algo vibra bajo la tierra de los campos que la rodean.
Pero, vayamos a cosas más concretas. Este borrador del Diccionario geográfico de Tomás López (un diccionario muy útil que no llegaría a verse de forma completa hasta el siglo XIX con los diccionarios de Miñano, el primero, y luego el de Madoz) dice otras cosas curiosas que, de algún modo completan, o corroboran, o ilustran las respuestas generales del Catastro de Ensenada, sin ser ni de lejos tan exhaustivo como este.
Por ejemplo: «Ay tres escuelas de primeras letras con renta perpetua en los lugares de Arroyo, Quezedo y Puente Arenas.» El Catastro de Ensenada no menciona escuela alguna, ni maestro, en Quecedo. Quiero creer que aquí acierta Tomás López.
«Se componen los catorze lugares de el valle de quinientos vecinos y abitantes sin incluir los señores sazerdotes que al presente son veinte y tres clérigos seculares y un monje de la orden de San Benito que pone el Monasterio de San Salbador de Oña en el Priorato que se nombra de San Pedro de Tejada, sito en los terrenos del lugar de El Puente.» Los quinientos vecinos son en realidad cabezas de familia, con lo que el número total de habitantes rondaría probablemente los dos mil. Y Tejada tenía su prior benedictino, ¡qué lujo!
Continúa diciendo: «Es valle mui templado y ai en él varias personas mayores de ochenta años; en el lugar solo de Quezedo, que se compone de sesenta vecinos, se contaban por el año de 1770 siete personas de ambos sexos maiores de ochenta años, y unos suben a los nobenta y seis… » Esto tenía que resultar impresionante en una época en la que llegar a los sesenta solía ser ya una proeza. Con punto y seguido, enumera Tomás López detalladamente las «esquisitas frutas de todos géneros» que producía el valle, como si relacionara de manera directa longevidad y buena fruta en abundancia: «…que con ella surten los mercados de Burgos, Reinosa, Medina de Pomar y Villarcayo.»
También habla de torres, de molinos, de puentes de madera o de piedra, de fuentes, de animales, de árboles, del colegio de Quintana, de las romerías de Hoz y de Pilas, etc., y de otras cosas sobre las que podréis leer, si tenéis ganas y paciencia, en:
págs.. 670 a 672 y 696 a 699 del PDF (en el manuscrito son los pliegos 643, 644 y 645, y luego 668, 669, 670 y 671).
P.D. 

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