Capítulo 27: El esplendor de Vicente Egidio García Huidobro, Tercer Marqués de Casa Real

Aquel día de Enero de 1810, Vicente García Huidobro Morandé, vestido de huaso,  había ascendido a caballo una cuesta para poder mostrarles a sus hijos Francisco, el primogénito de 18 años; Vicente, el cuarto de los hijos de 15 años; José Ignacio, el sexto, de 11; y Rafael, el séptimo, de 10 años los últimos adelantos de su hacienda en Catemu. Esta hacienda, como la de Paine, no la había heredado. Era fruto de su trabajo y buen tino para los negocios. "¡Mirad hacia vuestra derecha!- exclamó el padre de 58 años- ¿Veís los canales? ¡Se extienden como raíces por todos lados! Las cosechas se han multiplicado durante los últimos años!". Vicente García Huidobro Aldunate adelantó el caballo para estar más cerca de su padre. "Es extraordinario, un gran trabajo de ingenieria"comentó. Para no quedarse atrás, José Ignacio agregó, "Papá, el ganado es también impresionante. ¿Alguien podría contarlos alguna vez?". Don Vicente rio a carcajadas. "Por supuesto José, cada cabeza de ganado es dinero, y creeme están tan bien cuidados que poco es lo que hacen los cuatreros". "No hay tierra más linda que la nuestra" sostuvo a media voz Francisco. Le hubiese gustado comentar algo más técnico, más que mal él sería el heredero del mayorazgo y el marquesado, pero es que simplemente no le salía. Era un joven de naturaleza retraída. Lo suyo era las lecciones del Tutor, el Padre Manuel José Verdugo, esto es el latín, la teología y los clásicos griegos y romanos. "Tienes toda la razón Francisco"-le confirmó su padre también para alentarlo-no hay tierra más hermosa que la nuestra". "Y sin contar con nuestras tierras en Paine y la Principal" dijo con un dejo de orgullo el menor de todos, Rafael. Don Vicente Egidio los miró a los cuatro con orgullo. Que jóvenes y niños tan despavilados. Dando una orden les mandó a bajar para luego ir a galope a encontrarse en el estanque del Sauce. 

Vicente García Huidobro Morandé nunca había pensado ser el Marqués de Casa Real. Nunca se había preparado para ello. Desde joven había sido fundidor mayor de la Casa de Moneda, Capitán de Caballería  de las milicias de Santiago, Primer Comandante del regimiento de Caballería del Principe, y ya a los 17 años era Canciller y registrador  de la Real Audiencia. Vicente Como el marquesado le pertenecía a su hermano José Ignacio, se contentó con ser Caballero de la Orden de Carlos III. Era un hombre extremadamente práctico que le gustaba mucho el trabajo manual. Cuando su hermano mayor murió y se convirtió en el heredero del Mayorazgo se sentía suficientemente preparado. Recibió una fortuna que ascendía a casi 200 mil pesos, entre haciendas, casas, empleos y bienes muebles de lujo tales como la mesa de plata, los tres espejos de marco dorado, entre otros. Vicente, como se dijo, no sólo había heredado, sino que había multiplicado la hacienda familiar comprando nuevas haciendas, haciéndolas particularmente productivas y haciéndose un buen lugar en los espacios de poder criollo. Si alguien podría estar satisfecho de su vida, este era Don Vicente Egidio García Huidobro Morande. 

El primero que llegó al pozo del Sauze, para sorpresa de todos, fue Rafael, quien no sólo era un diestro jinete, sino que su potro era francamente extraordinario por su docilidad y rapidez. Le siguieron, José Ignacio a la par de Francisco, y más atrás Vicente Padre y Vicente hijo. Venían todos muy traspirados. El sol pegaba fuerte. "¿Y si nos tiramos al agua?" invitó Rafael. Dicho y hecho, todos, desmontaron, se desnudaron quedando en calzones y se tiraron al estanque. Mientras nadaban, se reían a carcajadas, Don Vicente García Huidobro, gozaba para sus adentros pensando que ni un terremoto sería capaz de sacar a sus hijos del agua. "Papá, le preguntóVicente, ¿en un par de años más me dejaría  ir a España para pelear contra los franceses?" Francisco, con ya 18 años bien entrados, no pudo sino sentirse muy incomodo por la pregunta de su hermano. Muchos de sus amigos, en efecto, se encontraban peleando en el ejército español por sacar a los invasores franceses de la península. Pero él, simplemente no era un hombre de armas. Miles de veces le explicó a su padre que la devoción por el rey no estaba en cuestión. Simplemente no se veía en la guerra. Don Vicente entendió la situación. Le daba tanta lástima Francisco. "Ya lo veremos a su tiempo Vicente", le espetó a su hijo, y se hundió a busear. Cuando salío a la superficie, miró a todos y rió. "¡Puchas que está buena el agua!". 

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