Capítulo 16: Joseph de Huidobro

Doña Juana Alonso de Huidobro, hija de algo, primogénita de Juan de Huidobro Fernández Quintano y de Catalina Alonso de Huidobro, vivía en Quecedo, pero no en la casa del Cantón, sino en la de su marido Juan Diaz de Saravia, quecedano como ella. Habían contraído matrimonio hace ya treinta años, el 28 de Enero de 1651. Aquella mañana, después de trabajar el campo se apresuró a llegar a casa. Había llegado alguien de Burgos con varias cartas dejando una para ella en casa. Era una carta de su querido hermano Joseph Huidobro. Este era el segundo de los hermanos, y desde siempre le había unido una profunda amistad. Como todos sus hermanos se encontraba en el ejército, en Murcia, donde era capitan de un tercio. Es verdad, no un rango muy alto, pero después de todo, esto sólo demostraba lo que ella siempre había pensado: Joseph no era para el ejército. Cuando después de comer se dirigió a casa, dio de comer a los animales y dejó los demás quehaceres para más tarde. Lo más importante era la carta de Joseph, siempre tan humano, sincero, y honesto...todo a pesar de las adversidades físicas de servir en el cuerpo de elite del ejército de su majestad. 
"Querida Juanita! Espero que Dios te encuentre bien y con salud. Que tu marido y tus niños estén muy bien. Por estos lados Dios me bendice con buena salud. Y no es poco decir. Tú ya sabes como es el régimen del Tercio. Todo el día vamos ejercitándonos muy duro en las armas y en las técnicas militares. El rancho es muy deficiente, incluso para un capitan como yo. No digo que soy un hombre de mando, pero tampoco un peón del montón. Hay días que pasó hambre. Y todo acompañado con los calores de Murcia que no nos dan respiro. Para los norteños como yo esto se hace muy duro. Y ya no soy joven, tengo 49 años.  Aquí, todos estos padecimientos se justifican con la convicción de ser parte de la elite del ejército del Rey. Pero para mí todas estas justificaciones son como un espejismo. Todos sabemos que los Hamburgos van decallendo y con ellos el imperio. Pero te confianzo, estos padecimientos no son nada en comparación con esas noches solas, cuando entre las vigas del galpón, vislumbró las estrellas en el cielo...las mismas que acompañan las soledades de Quecedo. Pienso mucho en mi Josepha Alonso de Huidobro y en mis pequeñas Josepha y Francisca Antonia. Por favor, preocupate de ellas, acompañalas...supe que fuiste con ellas a probar abolengo y que fueron reconocidas hijas de algo. ¡Muchas gracias Juanita! Pensar que mi mujer y mis hijas han sido reconocidas hijas de algo me llena de orgullo. ¡Si la Francisca Antonia ya es una mujer de 18 años! ¡Qué primor! Con ello honras a la familia. Estoy cansado, muchas pienso tirar todo por la borda y regresar al pueblo. Me anima la intuición que pronto me darán de baja. Pero no hay nada cierto por ahora. Medito mucho en este tema. ¿Qué crees tu mi querida Juanita? Nuestros hermanos tampoco es mucho lo que me ayudan. García ya se ha hayado en Murcia, y su mujer, Isabel Gonzalez, parece encantada con la vida del sur. García es un buen Brigadier, lleva el Tercio, con sus doce compañías, con mano de hierro. Todos le temen. Tú sabes como es nuestro hermano, es rudo, y muy llevado por sus ideas. Repite que en cualquier momento saldremos a una guerra de verdad donde podremos demostrar nuestra valía. Eso anima a los hombres. Conmigo apenas si habla, y no sólo porque soy un subalterno, sino porque al parecer no quiere mostrar privilegio alguno. Gregorio, su sargento mayor, por el contrario, siempre está a su lado. Se aconsejan, toman decisiones juntos, y se les ve compartir la tienda en muchas ocaciones. Yo sé Juanita que García y Gregorio siempre fueron muy unidos como hermanos...pero a veces esta situación me tortura. En fin, tampoco quiero que te preocupes mucho. La vida del soldado es en general solidaria y a pesar de la rudeza de la gente que me rodea me he hecho respetar. Ya en ochos meses me toca salida. Pienso salir a toda prisa a nuestro Valdivielso querido. Abrazar y bezar a mi Josepha y a mis niñas. Y contigo, como siempre charlar horas y horas bajos los cerezos de tu huerta. Dios lo quiera así hermana querida. Te recuerdo mucho, y te sigo en mis oraciones. Tu hermano, 
Joseph Huidobro de Alonso de Huidobro
 Enero, 1681

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