Capítulo 26: La esquiva herencia de Manuel Fernández Hidalgo

La muerte de Jose Ignacio García Huidobro,segundo Marqués de Casa Real, el 25 de Octubre de 1780, pasó como un susurro de invierno por el Valle del Valdivielso. Hace unos años algunos personeros se habían presentado en Quecedo, Arroyo, y otros pueblos del Valle, y hasta la mismísima Medina de Pomar para llevar a cabo los interrogatorios necesarios para corroborar la pureza de sangre de José Ignacio de modo que éste pudiese entrar en la Orden de Santiago. De José Ignacio, sin embargo, no se le vio ni la sombra. Y eso molestó a algunos primos, mal que mal eran varios los parientes que en su tiempo habían emigrado a Chile con Francisco García Huidobro Goméz de Zorrilla. Lo mínimo hubiese sido subir al Valle, juntarse con la familia, e informar de cómo estaban los García Huidobro en Chile. Tampoco se había visto pasar por el Valle a otro hermano de José Ignacio, Francisco de Borja, que era caballero de San Juan y sacerdote en Jerez de la Frontera. Es por esto que a García (nombre) Eleuterio García Huidobro Fernández de Quintano, escribano real de 40 años, hijo menor de Juan García Huidobro Gomez de Zorrilla, sorprendió tanto la nota que recibió en 1781 de su primo Vicente Egidio García Huidobro Morandé, tercer Marqués de Casa Real, desde Santiago de Chile. En la nota, junto con saludar muy amablemente, informaba de la muerte de un tal Manuel Fernández Hidalgo, hombre rico, oriundo de Medina de Pomar, que había emigrado a Santiago de Chile donde había amazado una gran fortuna. Había dejado un hijo sin reconocer. En otras palabras, estaban buscando a sus herederos antes de dejar por muerta la herencia. García Eleuterio entendió de inmediato de qué se trataba el asunto. Dio un salto de pura exitación. "¡¡Micaela, mujer, venid de inmediato!!" exclamó desde el despacho de escribano en la primera planta de la casa del Cantón. Su mujer, que se encontraba en el segundo piso hilando con su hija Agueda Petra, la penúltima, de 4 años, bajo de prisa con el presentimiento de que se venía algo grande. "Hay algo que tengo que informarte" le sentenció su marido García Eleuterio. "¿De qué se trata hombre por Dios?" "Este tío tuyo, que emigró hace tanto a Chile, ese tal Manuel Fernández Hidalgo, ha muerto en Santiago". Micaela sintió pena, pero no una que la nublara. Y es que apenas si conocía al tío Manuel. Por supuesto que tenía recuerdos de el. Ya mientras vivía en Medina era un hombre respetable, con influencias y poder. Pero luego desde que marchará a Chile no se había sabido mucho de él, salvo que había prosperado aún más. Miró a su marido como pidiendo una explicación. Entonces, García Eleuterio continuó, "Tu tío Manuel Fernández de Hidalgo dejó una gran fortuna y no tiene herederos". Micaela Diaz de Saravia Fernández Hidalgo quedó de una pieza.  "¿Me estás diciendo que el tío Manuel se hizo más rico?" preguntó asombrada. "Al parecer sí, sino no hubiesemos recibido esta nota del mismisimo Vicente Egidio García Huidobro Morandé", respondió con una sonrisa de oreja a oreja García Eleuterio. Ambos no pudieron contenerse, y sin más se abrazaron mientras reían de alegría. 

La noticia se extendió como un rayo por Quecedo y los alrededores porque Micaela Díaz de Saravia Fernández Hidalgo no era la única potencial heredera. También lo era su hermana, María Antonia Díaz de Saravia Fernández Hidalgo, casada con Don Juan Manuel de Hoyos, vecinos de Puente Arenas. Y por último, un tal Pedro Ponciano Fernández Hidalgo, vecino de Medina de Pomar, y hermano del difunto. Todos juntos comenzaron a pleitar un largo juicio que se alargaría por años por hacerse de la herencia cada vez más esquiva de Don Manuel Fernández de Hidalgo. Ese día de otoño de 1791, García Eleuterio y su mujer Micaela Diaz de Saravia Fernández de Huidobro se encontraba en el despacho de la escribanía. El juicio se había convertido en una pesada monotonía que desesperaba pero al mismo tiempo llenaba de esperanzas. El juez de Cadíz había pedido a García una lista de sus bienes como garantía de pago de todas las costas judicialesque todavía quedaban pendientes. Y allí estaba la pareja, con papel y lápiz, contando todo lo que poseían. "Esto nos demorará un buen poco, después de todo no somos tan pobres" bromeó García. "Comencemos por nuestras casas-señaló Doña Micaela-la primera, pues donde vivimos, que tiene patio, y  que heredaste de tus padres. Está evaluada en 5000 reales". García Eleuterio continuó, mientras escribía, "luego tenemos la casa del barrio del medio de Quecedo. Está techada y emnaderada con sus anexos. Está evaluada en 9000 reales". "Por último, añadió Micaela, tenemos otras dos casas unicas en el barrio del medio de Quecedo, cada una con una huerta de regadio, evaludadas en 6000 reales". Y luego mirándose con complicidad comenzarón a enumerar las tierras y deudores que tenían a lo largo del Valle. Y el trabajo era enorme. Como la mayoria de los grandes propietarios de Valdivielso, la tierra que poseían estaba distribuida a lo largo y ancho del Valle en pequeñas porciones. En Quecedo, Arroyo, Panizares,  Puente Arenas, en Tejada, el Almiñe, Quintana, y en Valdenoceda. Lo mismo los deudores, quienes eran un número considerable. Ordenar toda esa información llevó una gran cantidad de horas a la pareja. Al final estaban exhaustos. Llamaron a una sirvienta que les trajó agua fresca con algo de pan y mermelada. "Hace tiempo que no hacíamos este ejercicio" sentenció sonriendo Micaela. Su marido la miró complacido. "¿Sabes a cuánto asciende nuestro patrimonio?", preguntó. Ella lo miró de manera complice. "Pues no lo sé con certeza", le dijo como esperando la respuesta. "Son casí 100 mil reales". "¡Dios bendito! Y preparaos si es que recibimos la herencia del tío Manuel Fernández Hidalgo". Y es que era verdad, si recibían esa herencia se convertirían en personas realmente ricas. Sin embargo, el destino no les sería beneficioso en este sentido...a través de engaños un juez de Cadíz se hizo de la herencia de Manuel Fernández Hidalgo.

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