Capítulo Cuarto: Muerte de Alonso Fernández del Barrio.

Alonso Fernández del Barrio, el viejo, murió hacia finales de Abril de 1547. Dicen que se fue tranquilo, sin prisa, como respirando por última vez los aromas del Valdivielso. Los preparativos para el funeral y las misas que había encargado en su testamento ya estaban coordinadas con el párroco de Quecedo y los monjes de San Pedro de Tejada. Alonso Fernández el mozo, el primogénito, se había encargado de todo. El cuerpo del difunto descansó en la Iglesia de Sta Eulalia dos días antes del entierro. Allí lo iban a visitar y a rezar personas no sólo de Quecedo, Arroyo, Población o Puente Arenas, sino también de pueblos más distantes. El día del funeral la iglesia estaba llena. En las primeras filas estaban los hijos e hijas de Alonso Fernández. Se veían afectados, pero al mismo tiempo, muy unidos. Estaban los que vivían en Quecedo, como el mismo Alonso Fernández Rodriguez, el mozo, junto a su mujer María Ortega y su hija, ya una mujer, Urbana Fernández Ortega.  También Juana Fernández, la quinta de los hermanos, y su marido Pedro Gomez de Quecedo, dueño de la casa solariega de los dos escudos. Elvira Fernández, la séptima, casada con Miguel de Pereda. Y por último, Ana Fernández, la menor, casada con Pedro Fernández de Quintano. Pero también y de lejos habían llegado al funeral de su padre, Bartólome y Juan Fernández. También Catalina Fernández con su marido Juan Ruiz de Valdivielso. Isabel Fernández con su marido Pedro Gomez Purnarejo. Y esto sin nombrar los númerosos nietos e incluso bisnietos que habían llegado a darle el último adios al patriarca. 

Cuando el sacerdote termínó con la ceremonia todos se acercaron al altar mayor donde muy cerca estaban enterrados los miembros de la familia Fernández. Allí, en el fondo se amontonaban los restos de cajones y de huesos de muchas generaciones. Era como si el hades estuviese a simple vista, con todos los restos de aquellos que habían esperando la ansiada resurrección en la que habían creído. Y no eran personas comunes, la mayoría eran labradores guerreros que habían partido a la guerra por fidelidad a sus Condes, Reyes, y en busca de un botín que cambiase sus suertes. Muchos de los hermanos Fernández Rodriguez, al asomarse a la fosa, presentían que allí, en lo más hondo de los recuerdos yacían los restos de Disiderio, ese valiente guerrero, señor de Valdivielso, y sobrino del Rey visigodo Wamba. Disiderio había defendido Valdivielso de la arremetida imparable de los musulmanes en el VIII, cayendo valientemente en la batalla. Sus hijos, contaba la leyenda, habían tomado el cuerpo de padre y le habían enterrado allí, prometiendo levantar en el futuro una heremita en honor a Sta Eulalia. Y así fue, unos años más tarde, sus hijos volvieron junto al rey Alfonso II.  El Valle ya estaba poblado por una escasa población de eremitas y campesinos. Los valientes que iban haciendo la primera frontera de lo que sería Castilla. Los hijos de Desiderio reconocieron el lugar donde habían enterrado a su padre, y tal como lo prometieron, levantaron una primera heremita en honor de Sta Eulalia, y no muy lejos de allí, pusieron los primeros cimientos para levantar una casa. Cada uno de los hermanos Fernández parecía reconocer en el fondo del pozo los restos del valiente Desiderio, que acogía a Alonso Fernández el viejo, para juntos resucitar en el día del juicio final. Era la historia de los Fernández, arraigada como raíz milenaria, de la heroica historia del Valle de Valdivielso. ¿Qué importaba que una famosa familia de Avala de apellido Valdivielso presentase las mismas credenciales? No, el verdadero heredero de Desiderio el Godo tenía que ser Alonso Fernandez el viejo. Y eso a todos emocionaba. Disiderio el valiente acogía al último de los Fernández a volver a casa, a Don Alonso Fernández "el viejo". Así, mientras iban reyenando de tierra el foso, todo parecía volver al presente. Adíos querido Padre, reunete con aquellos que han engrandecido la historia de España, y quedate tranquilo que en el presente lo seguiremos haciendo. 

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