Capítulo 20: La muerte de Micaela Fernández de Huidobro

Esa noche dle 6 de Junio de 1733 había torrenciado en el Valle. El Ebro habia crecido considerablemente y las calles de Quecedo y Población estaban cubiertas de barro. Cerca de las nueve de la mañana golpearon en el portón de la Casa del Cantón, donde vivía Juan García Huidobro, escribano real de la Audiencia de Villarcayo. Él mismo salió a abrir, y mientras le explicaban la emergencia sucedida en la madrugada, Don Juan iba ajustando la montura de su caballo. "¿Me imagino que ya el Corregidor de las Meridandes, don José Lucas de Corona estará en camino?" Se subió a su caballo mientras le respondían. "Sí, ya fue avisado, pero está en cosas más importantes, ha delegado el caso en Usted como su representante". Nada de extraño, pensó Don Juan García Huidobro, tratándose del Abogado del los reales consejos y del Capitán  de Guerra de las merindades de Castilla la Vieja. "¿Y el cuerpo de la muchacha, me dice Usted, no ha sido encontrado?" "Todavía no, y eso que la gente desde Población a Condado trabajan con ganchos para ver si se encuentra atascado en algún recoveco". Un poco más abajo de la casa del Cantón se encontraban en su monturas Don Bartólome Antonio de Cespedes, el escribano del auto de Instrucción y los Regidores locales de Población, Gabriel de Bonifaz, y de Arroyo, Alonso de Arroyo. "Buenos días caballeros" saludo amable Don Juan García Huidobro- "menudo caso es el que tenemos por delante". Mientras se iban acercando a la orilla del Ebro se encontrarón con toda la  gente que se había congregado, y que efectivamente ayudaban en en la busqueda del cadaver. "Con la fuerza del rio, el cuerpo de la muchacha debe estar enredado en algún lugar cerca de Condado" comentó Gabriel Bonifaz. Todos descendieron de sus cabalgaduras, a lo lejos se vislumbraba temblando y pálido como un papel la figura de Santigo Fernández de Huidobro, de 23 años, hermano de la victima. Estaba en evidente estado de shock. Cuando Juan García Huidobro se acercó a Santiago Fernández de Huidobro, este ni siquiera podía moverse. "Estabamos cruzando el tablado de río, yo iba con mi borrico, y de pronto, un ruido seco, como quien tira una piedra al río, y la Micaela ya no estaba...ya no estaba. ¡Todo es mi culpa mi Señor, por Dios, encuéntrenla viva! ¡Mi hermanita! ¡Mi hermanita!" "¿Y a donde se dirigía tan temprano, a obscuras, luego de semejante lluvia, con su hermana tan pequeña?" Santiago lo miró atentamente, y sin embargo, no atinaba a decir palabra alguna. Esta demasiado shockeado. El Padre Blaz González de Saravia, curador de la herencia de la muchacha Micaela Fernández de Huidobro, estaba cerca. "Don Juan García Huidobro, yo le puedo contestar con certeza a donde se dirigía Santiago Fernández de Huidobro. Iba con su borrico a Poza de la Sal a comprar algo de trigo. Yo lo sé de buena fuente porque le había encargado que me trajera algunas naranjas de por allí". "Está bien, está bien" repitió Juan García Huidobro mientras  volteaba y subía hacia Población. Mira el curita, pensó, encargando naranjas ni más ni menos. Y después dicen que tienen votos pobreza. A su lado se le sumó el Regidor de Población, Gabriel Bonifaz, quien le señaló a una mujer que se encontraba en la puerta de una de las casas del pueblo. "Esa es la casa de Santiago Fernández de Huidobro, donde vívia con su hermana la Micaela de de 14 años. A pesar que la muchacha era arriera, tenía muchas tierras que  sus padres, fallecidos el año pasado, le habían dejado en herencia. El cura Blaz de Gonzalez de Saravia y el propio Santiago eran curadores de la herencia hasta que la muchacha cumpliese la mayoría de edad. Y esa mujer en la puerta es la Teresa Alonso de la Torre, la mujer de Santiago Fernández de Huidobro..." "¿Por qué te has quedado callado de sopetón?" preguntó Don Juan García Huidobro. Gabriel Bonifaz se detuvo y le miró atentamente. "Mi primera impresión es que esa bruja convenció a su marido que empujase a la niña al río y así quedarse con la herencia. Usted me disculpará, pero no puedo evitar sospechar que esa señora es una bruja".Don Juan García Huidobro suspiró  hondo. La verdad es que lo que decía el regidor de Población tenía toda la lógica del mundo. Siguió subiendo y llegó, esta vez sólo, donde se encntraba la mujer de Santiago, la Teresa Alonso de la Torre.  La mujer se veía realmente afectada. No podía contener las lágrimas. Invitó a pasar a Don Juan García Huidobro y ambos subieron al segundo piso. La mujer le invitó un poco de agua fresca. "Esto ha sido un terrible accidente. Una verdadera desgracia", repitía mientas sollozaba. "Don Juan, la verdad es que mi marido...mi marido". Don Juan García Huidobro se le acercó y la tomó por lo hombros como animándola. "Vera Usted, es muy cobarde, le da mucho miedo cruzar de noche el rio...todos aquí le hacen burlas y el sufre mucho por ellas. Cuánto le gustaría a Santiago cruzar sólo por el río, pero es que no sabe nadar y le tiene miedo al agua...el miedo es más fuerte que él." Don Juan García Huidobro no entendía a dónde quería ir a parar la mujer. "La Micaela era un ángel, siempre se ofrecía a cruzar el río con él de noche para darle animos y para que que nadie se burlase". Y de pronto estalló en llantos..."¡¡Fue un terrible accidente, la pobre chiquilla tropezó, y sólo quería ayudar a su hermano!!". Don Juan quiso abrazarla...y sin embargo no pudo. No pudo. 

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