Capítulo 32: Francisco de Paula Taforó

Aarón García Huidobro García Huidobro era un joven retraído. La muerte de su padre en plena adolecencia había acentuado esta característica. Pasaba horas leyendo o bien en el patio de al fondo de la cosa trabajando con madera. Era al mismo tiempo, y como su padre, un hombre muy piadoso. Admiraba a Moisés, su hermano mayor, lo encontraba buenmozo, entrador, inteligente, generoso y muy noble. Todo lo que le faltaba a él, pensaba el adolecente de 14 años ese 1879. Todavía no era capaz de descubrir su enorme nobleza y generosidad, esa que lo haría tan querible en la vida entre sus amigos y parientes. Era de noche, tarde, y Aarón seguía trabajando en los bordes de un tablón de madera donde quería instalar una imagen de la Virgen o el Sagrado Corazón. Quería regalarselo a su madre. Sentía una profunda compasión por ella. En eso estaba cuando por la puerta de atráz se asomaría la figura esbelta y vivaz de Moisés. "¿Qué pasa Aarón?" preguntó con malicia el hermano mayor. Aarón levantó la cabeza, sabía que algo se traía entre manos Moisés, pero no podía adivinar qué. "Todos duermen en la casa. Vamos a la caza del huacho. Te aseguro que hoy sí lo atrapamos en algo", aseguró Moisés. Aarón no lo pensó dos veces, "salgamos por atrás" dijo resuelto mientras se ponía el chaleco. Pillar al huacho en algo malo se había convertido en un deporte para parte de la juventud más conservadora de Santiago.
El huacho no era otro sino el sacerdote, Francisco de Paula Taforó, candidato del Gobierno del liberal Anibal Pinto para ocupar la cede vacante al obispado de Santiago desde la muerte de Monseñor Rafael Valentín Valdivieso. El gobierno lo apoyaba porque pensaba que no se opondría a las leyes laicales que quería impulsar, esto es, el matrimonio civil y los cementerios laicos. Señalaban que era un sacerdote de grandes virtudes y cualidades literarias y oratorias. Era un hombre culto, que conocía bien América y Europa. Además, había tenido gestos heróicos cuando lo del incendio de la Iglesia de la Compañía, impartiendo consuelo y solidaridad entre las víctimas. Este hecho lo había catapultado como un héroe entre las masas. Todas estas cualidades estaban lejos de convencer a los conservadores que apoyaban la candidatura del sacerdote Joaquín Larraín Gandarillas. Y es que se corría la voz que el Padre Francisco de Paula Taforó no tenía estudios teológicos serios, llevaba una doble vida, y peor aún, que había tenido tratos homosexuales. Se juntaba con gente de mala reputación, era amigo de mazones, y era abiertamente propensos a las ideas del partido liberal. Esa noche, arrimados en las sombras entre las calles Catedral y Teatinos, Aarón y Moisés observaban como salía de una casa el susodicho Padre Francisco de Paula. Las calles estaban prácticamente desiertas. Ya eran más de las 12 de la noche, y salvo los ladridos por aquí y por allí, de los quiltros, no se escuchaba ni a un muerto. Con discreción fueron siguiendo al prelado que caminaba como queriendo evitar testigos. "Calma hermano, a éste le pillamos en algo" le dijo Moisés a Aarón, mientras le sostenía con fuerza el brazo. Francisco de Paula caminó hasta la esquina con Agustinas donde estaba aparcado un carruaje esperándolo. Los jóvenes se detuvieron a menos de 300 metros. "Fijáte quien es el del carruaje!" imploró Aarón. Se abrió la puerta del carruaje, pero era imposible distinguir ni siquiera si era un hombre o una mujer. Lo sorpresa fue que el Padre Francisco no hizo ningún ademán de entrar en el carruaje. Se volteó. Y como desde las sombras comenzó a acercarse a Moisés y Aarón. Su sotana larga y negra le daba un aspecto aterrador. Sólo sus ojos destellaban un brillo de cuervo de cuentos. "¡Corre!" le susurró Moisés a Aarón, no sin antes gritar a todo pulmón "Huacho de mierda, fundete en el infierno, tú y todos tus mazones". De inmediato el Padre Francisco de Paula se detuvo como petrificado. Los perros multiplicaron los ladridos. Y el sacerdote sintió una vez más la misma puñalada que a lo largo de toda su vida había sido el arma de la clase alta en su contra...¡Huacho! ¡Huacho!
Y era verdad, en ningún registro parroquial de Valparaíso, su ciudad natal, daba testimonio del nacimiento de un hijo de José Taforó con el nombre de Francisco de Paula. Y eso que eran once los hijos de José Taforó con su esposa Doña Jesús Zamora. El sacerdote no reconoció a los jóvenes espías, sólo los vio corriendo como si de las dos sombras hicieran una. Como debió haber sido las sombras adulteras de su madre y el amante que la engatuzaba y entraba a su casa en las noches. Esas noches en la que el marido pretendía estar dormido en su cuarto mientras presentía la traición de su mujer con el aristocrata ese. Por supuesto que el Padre Francisco sabía la verdadera identidad de su padre. Ese hombre soltero que prometío amor eterno a su madre a pesar que ésta estaba casada. Ese hombre noble, el menor del matrimonio entre José Marquez de la Plata Soto y Francisca Javiera García Huidobro Morandé, hija del primer Marqués de Casa Real. De este matrimonio habían nacido Francisco, Fernando, Pastoriza, Dolores y Rafel Marques de la Plata García Huidobro. Rafael, nacido hacia 1810, había sido el amante secreto de la madre de Francisco de Paula Taforó. Rafael, el tío abuelo de Aarón y Moisés García Huidobro, había condenado para siempre la carrera eclesial del liberal Padre Francisco de Paula Taforó.
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