Capítulo 11: Juan de Pereda Camarero de Paulo V

La procesión papal bajaba desde Santa Maria la Maggiore al palacio del Vaticano bajo un calor infernal de Julio de 1610. Las altas temperaturas y el polvo seco de las calles de tierra de Roma hacían de la procesión una escena dantesca. A la cabeza, y llevado al hombro de varios hombres, iba el trono papal de Paulo V. Detrás de el Sumo Pontifice, caminaban en orden jerárquico, el Mayordomo Prefecto, el Maestro de Cámara, el Prefecto de Cubili, monseñores con grado episcopal, los camareros del Papa, el secretario de la embajada, y el encargado del guardarropas. Y más atrás, y de nuevo guardando la jerarquía, númerosos representantes de distintos reinos católicos, la nobleza de Roma, y por último la multitud piadosa de la capital eterna. Entre los numerosos camareros caminaba adusto el padre Juan de Pereda, hijo de Alonso de Pereda, señor de las casas del Poyo de los Pereda en Quecedo. Este Alonso de Pereda sería el que casó con Ana González de Incinillas de Huidobro, hermana de Alonso de Incinillas de Huidobro, señor de la casa de los Huidobro en el mismo pueblo de Quecedo. El sumo pontifice contaba con distintos tipos de camareros. Todos tenían la misión de atender sus necesidades materiales y de dotarle de consejo en caso que se los solicitara. Los camareros secretos eran generalmente miembros de la familia del Papa o gente muy cercana, mantenían su identidad de camareros en el anonimato. Estaban los camareros numerarios o supra-numerarios, participante o no participante, in Urbe o extra Urbe, de capa y espada (seglares) etc. 

Cuando llegaron finalmente al Vaticano todo era un caos como siempre. La construcción de la nueva basílica siguía a ritmo frenético. Esto significaba trabajadores por todos lados, andamios, maestros, planos etc. Es por esta razón que la procesión se dirigió directamente a los járdínes vaticanos donde les esperaba refrescos y algo para comer. Juan de Pereda estaba sólo cuando se le acercó dos hombres con sus respectivas señoras. Era evidente que eran españoles por la adusta vestimenta. "Padre Juan de Pereda, dejadme presentarme, soy Don Agustin de la Lastra, y esta es mi señora, Doña Juana Fernández. Y estos son mis amigos, vuestros coterraneos, Don Pedro Sainz y su mujer Doña Francisca de Salazar".  "Es un placer conoceros" respondió siempre algo tímido Juan de Pereda, "¿por qué decís que vois sois mis coterraneos? ¿Sóis acaso de Castilla la vieja?" "Somos de Burgos- contesto amable Doña Juana Fernández- según nos dijeron Usted también es de allí". "No exactamente, contestó el Padre Juan de Pereda, yo nací y crecí en la merindad de Valdivielso, en un pueblo llamado Quecedo. La esposa de mi padre, Doña Ana González de Incinillas tiene casa en Burgos, pero ambos pasan casi todo el tiempo en Quecedo". "¡Por supuesto que conozco a Doña Ana González de Incinillas!- interrumpio Don Pedro Sainz- Y conocí aún más a su difunto padre Lope Sainz de Incinillas Huidobro, el antiguo Señor de la casa fuerte de Huidobro, quien era muy amigo de mis padres". Don Juan de Pereda enrojeció, tomó un sorbo de la copa de vino que tenía en las manos mientras pensaba como huir de ahí. "¿Pero es que acaso es Usted hijo de Doña Ana González de Incinillas Huidobro?- volvio a interrumplir Don Pedro Sainz- Según lo que sé ella no ha tuvo descendencia..." Entonces quedó en evidencia la incomoda posición. Doña Juana Fernández trató de cambiar el tema. Le preguntó al Padre Juan de Pereda cuántos años llevaba sirviendo al Papa. Sin embargo, Juan permanecía en silencio. "Sin duda el Papa Paulo V ha de ser una persona realmente especial" agregó como si nada. Juan de Pereda permaneció callado, levanto la vista, y como si se tratase de un susurro confesó, "Ninguna bendición hubise sido más querida para mi que Doña Ana González de Incinillas Huidobro hubiese sido mi madre. Es una mujer muy bondadosa y un verdadero ejemplo de cristiana. Pero no, no es mi madre. Yo soy hijo legítimo de una larga relación de mi padre con una mujer muy buena de Quecedo, a quien quiso mucho, pero que no tenía las condiciones de hidalguia necesarias para casarse con él". El silencio era de hielo. Sin embargo, el Padre Juan Pereda tomando la compostura de nuevo, invitó: "Si queréis nos podemos acercar al Santo Padre para poder presentarselos", Los cuatro asintieron con entusiasmo. Mientras caminaban, sin embargo, no podían dejar de pensar en cómo un hijo nacido fuera del matrimonio podía servir a su Santidad. ¡Un escándolo!

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