Capítulo 13: El bautismo de Catalina García Ruiz de Quecedo


Aquel 22 de Marzo de 1621 lucía una mañana soleada que prometía un día muy agradable. En la puerta de la Iglesia de Sta Eulalia conversaba animadamente el cura, Alonso Ruiz de Quecedo, con sus hermanas Catalina y Ana Ruiz de Quecedo. Alonso no sólo había nacido allí, sino que había sido por muchos años el cura del lugar. Conocía a toda su gente, sus problemas, líos y esperanzas. Era como un mediador de conflictos. En ese sentido, el valle de Valdivielso era su ambiente. En brazos de su hermana Catalina se encontraba una niña de unos pocos días a quien bautizarían con el nombre de Catalina. Ana Ruiz de Quecedo sería su madrina.El hecho que hayan elegido el nombre de Catalina para la niña  tenía un significado muy especial para la familia. La primogénita del matrimonio entre Catalina Ruiz de Quecedo y su marido Miguel García Alonso,  también se había llamado Catalina y había muerto de niña. A pesar que la muerte de los niños era un fenómeno más o menos normal en esa época, la muerte de la pequeña Catalina, fue devastadora para los padres. La pena los inundó de tal manera que ni siquiera el nacimiento de los siguientes hijos pudo de alguna manera aliviar el dolor. Había sido durante un día cualquiera. La pequeña Catalina había amanecido como siempre con ganas de comer y muy risueña. Al poco andar las horas se presentó una pequeña fiebre. La madre no le dio mucha importancia y abrigó de manera especial a la niña. A las horas una dearrea muy fuerte debelitó a la niña. Catalina Ruiz de Quecedo mandó a llamar a su marido Miguel García. Para evitar una desidratación se le daba agua y se le colocó en el lugar más seco de la casona. A las pocas horas, cuando Miguel García había llegado a casa, la pequeña había recien muerto en los brazos de su madre. Catalina Ruiz de Quecedo estaba desconsolada. Su mirada, perdida, parecía ahogarse en la locura. Su marido tomó a la niña y lloró amargamente. Mandaron a llamar al hermano de Catalina, al Padre Alonso.

Esta segunda Catalina era como un renacimiento de esa primera Catalina que no alcanzó a vivir. Y la pareja lo entendía como un regalo de Dios. Miguel García Alonso, hijo de Juan Garcia el Carpintero y Mencia Alonso, jugaba en el prado con sus dos otras hijas, la  pequeña Ana García de dos años y medio y la  Casilda García, un poco mayor, de cinco años. Estaban esperando a los padrinos, en este caso el abuelo de la bautizada, Don Juan García Carpintero. Cuando a lo lejos se fue acercando la figura de Don Juan García Carpintero todos se emocionaron. El hombre ya era bien mayor, caminaba de manera pausada, sin prisa, como queriendo marcar el tiempo. Cuando se acercó al grupo saludo con mucho cariño y tomó entre los brazos a la pequeña Catalina. "¿Cómo está mi reina?" le preguntaba. 

El bautizo se realizó con toda normalidad, y luego se quedaron todos los presentes a comer en la casa parroquial. El Padre Alonso se acercó a Miguel García con quien sentía una simpatía especial. "Querido Miguel, ¿cómo va lo del ser familiar del Santo Oficio de la Inquicisión en Medina?" "Pues ya se imaginará Usted Padre Alonso...mucho papeleo, y mucho viaje entre Quecedo y Medina...Hay que atender la tierra que tenemos y la verdad es que a veces siento que no se me da el tiempo". Catalina Ruiz de Quecedo, con su niña en brazos, y con Casilda y la Anita jugando entre sus piernas, agregó, "Yo creo que tarde o temprano tendremos que mudarnos a Medina de Pomar, será lo más conveniente. No es bueno que yo esté sóla con los crios mucho tiempo". "A Medina de Pomar jamás de los jamases", interrumpió Juan García Carpintero desde el otro lado del salón. "Todos somos quecedanos, y quecedanos moriremos. Esta es la tierra de nuestros antepasados que sangre dieron por ella". Todos aplaudieron con distintas exclamaciones. Sin embargo Miguel García sabía que su mujer tenía razón. Todavía vendrían más niños y el trabajo en Medina se multliplicaría. Trabajar en la Inquisición implicaba también un ejemplo que había que dar. Tarde o temprano tendrían que buscar casa en Medina de Pomar. Y efectivamente, en 1623 nacería Miguel, el ansiado varón que tanto habían buscado Miguel García y Catalina Ruiz de Quecedo. Y en 1626, el menor, Juan García Ruíz de Quecedo, que ya no sería bautizado en Quecedo, sino en Medina de Pomar. 

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