Capítulo 15 Juan Fernández de Valdivielso y Campo parte a América

Una sombra furtiva se escabulló desde la casa del Cantón aquella madrugada de Mayo de 1678. Apenas despuntaba el alba y la obscuridad era casí total. El ladrido de los perros por todo Quecedo no despertaría ninguna sospecha, mal que mal, eran parte de los ruidos cotidianos del pueblo. Francisca Antonia Huidobro Alonso de Huidobro, vestida toda de negro y cubierta su cabeza con un manto, descendía a toda prisa hacía los tablados que cruzaban el Ebro a la altura de Población. Su joven corazón de 15 años latía con tal fuerza que cualquiera diría que podría partirse en mil pedazos. Aunque la causa de tal destrozo no se encontraban sólo en el haber huído de casa sin la autorización de su madre, la Josepha Alonso de Huidobro. Era también la pena de ver partir para siempre a ese amigo que ella amaba en secreto. Cuando entre la maleza llegó a los tablones sobre el río, miró hacia el Ebro, siempre negro y aparentemente tranquilo. Lo cruzó con cuidado, mal que mal, apenas si sabía nadar. Finalmente cuando llegó a la otra orilla vio los campos de trigo abiertos y en el fondo las sombras de las casas de Santa Olalla. En adelante se puso a correr, media agasapada, para no ser descubierta. En su cabeza tantos recuerdos, tantos sentimientos, tantas deseos de haberle dicho, aunque sea una vez en la vida, cuánto le amaba. 

En la puerta de la casa de los Fernández de Valdivielso y Velez de Valdivielso en Sta. Olalla se distinguía a lo lejos la alta y fornida figura de Sebastían Fernández de Valdivielso, "el Alferez". Al igual que el suyo, pensaba apostada a lo lejos Francisca, el padre del joven Juan Fernández de Valdivielso también era militar. Para Francisca Antonia Huidobro Alonso de Huidobro las ausencias de su padre Joseph Huidobro en el tercio de Murcia siempre había sido una pena que llevaba en el corazón. ¡Lo quería tanto! Para el joven Juan Fernández de Valdivielso, en cambio, la carrera militar de su padre, con las ausencias que implicaban, habían sido una fuente de orgullo. Sebastían Fernández de Valdivielso "el Alferez" se aseguraba que todo estuviese bien atado en el borriquillo de carga. A su lado se distinguía claramente la figura de Juan Fernández de Valdivielso, ya de 20 años, consolando a su madre. ¡Cómo le hubiese gustado a Francisca estar en los brazos del joven Juan para ser ella la consolada! Alrededor de la madre y el hijo, algunas de las hermanas de Juan se turnaban para abrazarlo. Quizás la última vez. Desde donde miraba todo esto, Francisca no alcanzaba a escuchar lo que se decían en la intimidad. La luz del sol comenzaba lentamente a despuntar por Valdivielso. Era el momento del adios. Sebastían Fernández de Valdivielso abrazó largamente a su hijo, y esto sí se dejó escuchar: "¡Que Dios te sea propicio en el Perú!". La Francisca se estremeció entera. No pudo controlar los sollosos. Tan lejos y para siempre. Tomando el camino hacia el Almiñe para subir hacia la mazorra, se vió al joven Juan Fernández de Valdivielso alejándose poco a poco junto a un borrico y un empleado. Era como un barco perdiéndose para siempre.

Cuando Francisca Huidobro Alonso de Huidobro entró sigilosa en la casa del Cantón, subió con cuidado hasta el segundo piso, donde se encontró en primer lugar con una sirvienta. "La van a matar" le advirtió mientras se dirigía a la cocina. Efectivamente, de inmediato apareció la figura de la madre, la Josepha Alonso de Huidobro. La agarró por los hombros y la remeció con fuerza. "¿Dónde pasaste la noche chiquilla de mierda?! ¡¿En qué diablos estás metida?!" La Francisca, casi desvaneciéndose,  escuchaba la reprimienda de su madre como viniendo de otro planeta. "¡Aquí! ¡Aquí! ¡¿Qué estúpidas fantasías se está imaginando?!" Por detrás se acercó Josepha Huidobro, su hermana, y algo le susurró a su madre. Esta cambio de inmediato su rostro. "Francisca, por Dios y los santos, que nadie te haya visto como una ramera agazapada tras su amante. Que estúpida te comportas a veces. No piensas ni en tu honor ni en el de los demás".  Se dio vuelta para salir de la habitación no sin antes sentenciar, "Ahora a cambiarse de ropa, hoy irás a trabajar conmigo al campo". 

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