Capítulo 15 Juan Fernández de Valdivielso y Campo parte a América
En la puerta de la casa de los Fernández de Valdivielso y Velez de Valdivielso en Sta. Olalla se distinguía a lo lejos la alta y fornida figura de Sebastían Fernández de Valdivielso, "el Alferez". Al igual que el suyo, pensaba apostada a lo lejos Francisca, el padre del joven Juan Fernández de Valdivielso también era militar. Para Francisca Antonia Huidobro Alonso de Huidobro las ausencias de su padre Joseph Huidobro en el tercio de Murcia siempre había sido una pena que llevaba en el corazón. ¡Lo quería tanto! Para el joven Juan Fernández de Valdivielso, en cambio, la carrera militar de su padre, con las ausencias que implicaban, habían sido una fuente de orgullo. Sebastían Fernández de Valdivielso "el Alferez" se aseguraba que todo estuviese bien atado en el borriquillo de carga. A su lado se distinguía claramente la figura de Juan Fernández de Valdivielso, ya de 20 años, consolando a su madre. ¡Cómo le hubiese gustado a Francisca estar en los brazos del joven Juan para ser ella la consolada! Alrededor de la madre y el hijo, algunas de las hermanas de Juan se turnaban para abrazarlo. Quizás la última vez. Desde donde miraba todo esto, Francisca no alcanzaba a escuchar lo que se decían en la intimidad. La luz del sol comenzaba lentamente a despuntar por Valdivielso. Era el momento del adios. Sebastían Fernández de Valdivielso abrazó largamente a su hijo, y esto sí se dejó escuchar: "¡Que Dios te sea propicio en el Perú!". La Francisca se estremeció entera. No pudo controlar los sollosos. Tan lejos y para siempre. Tomando el camino hacia el Almiñe para subir hacia la mazorra, se vió al joven Juan Fernández de Valdivielso alejándose poco a poco junto a un borrico y un empleado. Era como un barco perdiéndose para siempre.
Cuando Francisca Huidobro Alonso de Huidobro entró sigilosa en la casa del Cantón, subió con cuidado hasta el segundo piso, donde se encontró en primer lugar con una sirvienta. "La van a matar" le advirtió mientras se dirigía a la cocina. Efectivamente, de inmediato apareció la figura de la madre, la Josepha Alonso de Huidobro. La agarró por los hombros y la remeció con fuerza. "¿Dónde pasaste la noche chiquilla de mierda?! ¡¿En qué diablos estás metida?!" La Francisca, casi desvaneciéndose, escuchaba la reprimienda de su madre como viniendo de otro planeta. "¡Aquí! ¡Aquí! ¡¿Qué estúpidas fantasías se está imaginando?!" Por detrás se acercó Josepha Huidobro, su hermana, y algo le susurró a su madre. Esta cambio de inmediato su rostro. "Francisca, por Dios y los santos, que nadie te haya visto como una ramera agazapada tras su amante. Que estúpida te comportas a veces. No piensas ni en tu honor ni en el de los demás". Se dio vuelta para salir de la habitación no sin antes sentenciar, "Ahora a cambiarse de ropa, hoy irás a trabajar conmigo al campo".
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