Capítulo 21: Silvestre Fernández de Valdivielso y Francisco García Huidobro

Adelántandose un poco de la caravana que conducía una partida de esclavos que Francisco García Huidobro conducía a Santiago de Chile desde Buenos Aires donde tenía residencia, éste y Silvestre Fernández de Valdivielso y Arbizú soltaron las riendas de sus cabalgaduras y hecharon a galopar. La vista de los campos de Tucumán coronados a lo lejos por los campanarios de la ciudad de Córdoba era una vista digna de reyes. Era Septiembre de 1733 y los campos estaban verdes y rebosantes de vida. Francisco, de 36 años, se dirigía por primera vez a Chile a vender esclavos. Tenía algunos contactos en Santiago, y tenía la firme determinación de contribuir a desarrollar una nueva ruta comercial que se estaba abriendo entre la Capitania de Chile y las Provincias del Rio de la Plata. La idea era ayudar a cortar el monopolio del comercio que detentaba el Virreinato del Perú a través de la ruta Callao-Valparaíso. Por otra parte, Silvestre Fernandez de Valdivielso y Arbizú era un criollo de origen peruano que había hecho una exitosa carrera militar. Con 48 años  era ni más ni menos que Procurador de Cordoba. A lo lejos una partida de granaderos del rey se acercaban a todo galope. "Han sabido de vuestra llegada, vienen a escoltarte" dijo Francisco. Y así era, luego de dar las órdenes para que llevarán a los esclavos de García Huidobro a unos galpones de su hacienda, Don Silvestre y Don Francisco se dirigieron hacia la ciudad de Córdoba donde tenía residencia el primero.

La casa de Silvestre Fernández de Valdivielso era esplendida. Combinaba el típico estilo colonial con una decoración al modo córdobes que la hacía muy particular. En la puerta lo esperaba su mujer Doña Jerónima Rosa de Herrera con quien se había casado en 1725. Dos pequeños, muy bien vestidos al modo militar, y algunos sirvientes y esclavos. Don Silvestre la abrazo efusivamente: "¡Querida, como la extrañé!". Ella se ruborizó por completo. Era una chiquilla que le sacaría a lo menos 20 años de diferencia. "Sus hijos crecen muy rápidos. ¡Niños, saluden a su padre!". Los pequeños militares se inclinaron respetuosamente, mientras su padre les despeinaba y reía de felicidad. Mientras entraban en casa los sirvientes y esclavos se iban inclinando mientras repetían, uno tras uno, "Bienvenido amo". Don Silvestre pusó su mano sobre el hombro de Francisco mientras se lo presentaba a su mujer. "Este caballero de tan buen ver es Don Francisco García Huidobro Gómez de Zorrilla. Es oriundo de Quecedo, un pueblo en el Valle de Valdivielso, muy cerca de Santa Olalla, el pueblo de mi padre Juan Fernández de Valdivielso".  Doña Jerónima no dejó de sorprenderse: "Vosotros los de Valdivielso tenéis un curioso don de encontrarse por todas partes del Imperio". "Es verdad Señora-replicó Don Francisco García Huidobro- a pesar que ya en Quecedo había escuchado de su marido, sólo nos venimos a conocer en Cádiz antes de embarcar a Buenos Aires hace unos meses atrás". "De hecho- agregó Don Silvestre-  fuimos testigos uno del otro para obtener la autorización de la Casa de Contratación para pasar a las Américas. Nos embarcamos en el mismo barco y desde entonces no nos hemos separado". "Me alegra mucho -dijo Doña Jerónima- sea muy bienvenido en casa, disfrute de los acomodos y reponga fuerzas, mire que el paso de la cordillera siempre es muy duro".

Y la verdad es que los días que Francisco García Huidobro Goméz de Zorrilla pasó en Tucumán fueron muy agradables. Don Silvestre y Doña Jerónima Rosa eran unos huespedes extraordinarios. Le acomodaron en una habitación muy agradable, hicieron paseos, visitaron algunas haciendas de los padres Jesuitas, y sobre todo durmió todo lo necesario para ir reparando las fuerzas. El criado personal de Don Silvestre, Francisco García, oriundo del pueblo de  Valhermosa en Valdivielso, estuvo todo el tiempo a disposición de Francisco García Huidobro. Claro que no todo fue descanso, Don Silvestre ayudó a Don Francisco con los papeleos necesarios para presentar a las autoridades en Mendoza antes de pasar la Cordillera y sobre todo se dedicó a escribir cartas a conocidos de Santiago recomendando de manera muy especial a su amigo. "Tienes que entrar de inmediato en el círculo cerrado de las familias patricias de Santiago" enfatizaba Don Silvestre quien era miembro de la aristocracia limeña. A las dos semanas Francisco García Huidobro ya preparaba la caravana de esclavos que irían detrás de él a cargo de uno de sus hombres,  mientras él se adelantaría a Mendoza para ajustar todo lo necesario para el paso de la Cordillera: los animales, alimentos, vestidos para el frío y arrieros. Era la primera vez que pasaría a Chile. ¿Cómo sería todo ello? ¿Es tan hermoso como todos lo describen? ¿Existirán de verdad posibilidades de prosperar? La noche antes de partir se le acercó Don Silvestre Fernández de Valdivielso. Estaban en la terraza. La temperatura muy agradable, la noche llena de estrellas, todo espléndido. "Mi querido amigo- le dijo a Francisco Don Silvestre- ya verá que todo saldrá bien. Venderá sus esclavos, hará buenos negocios, y los chilenos le recibirán con los brazos abiertos. Es gente muy acogedora". "Sin duda, sus cartas me ayudarán muchísimo, estoy muy agradecido de nuestra amistad", respondío Francisco García Huidobro. "Las vueltas de la vida son muy extrañas mi amigo. Es probable que no sólo nos veremos de nuevo a su regreso de Santiago en esta misma casa...se rumorea que el Rey me dará los corregimientos del Maule y Atacama. Asi es que, ¿quién sabe? Tal vez terminemos los dos avecindados en Chile". Francisco le dio un abrazo mientras repetía, "Gracias amigo".

A la mañana siguiente, Don Francisco García Huidobro ya se encontraba de camino hacia el pueblo de Mendoza. 


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