Capítulo 28: El golpe de Estado, ya se presagia el final de Don Vicente Egidio García Huidobro

El viaje hacia la hacienda de los Carreras a la salida de Santiago había sido un infierno para Vicente Egidio García Huidobro Morandé. Y no era el camino de tierra que se encontraba en pésimo estado después de las últimas lluvias. Era el ambiente de anarquía que se respiraba por todos lados. José Miguel Carrera había ordenado que las banderas de la nueva república se pusieran a la vista en todas las casas de la capital. Era francamente repulsivo. Y esto sin contar que en el trayecto un muchacho harapiento se le había acercado al carruaje ofreciéndole el último número de la "Aurora de Chile". "¡Apartate de aquí chiquillo de mierda!" lo alejó Don Vicente. Y es que todo esto era el mundo al revés. Un grupo de familias aristocráticas haciéndose con el poder, utilizando un vocabulario que nadie entendía, y sólo con la finalidad de hacerce con el monopolio del poder político y económico. Que no me vengan con tonteras, quieren hacerse del poder político para poder comerciar con Inglaterra y hacerse aún más ricos. ¿Dónde estaban los principios? Hablaban de la opresión española cuando hace unos años se enorgullecían de la parentela que tenían en la península. Ahora todos los hombres se convertirían en chilenos, anda a saber qué significa aquello, pasando a llevar los derechos de los indios. Como si los indios  fuesen a contemplar sus derechos pisoteados sin hacer nada. ¿Qué es todo esto? ¿Es que nadie ve que el reino va de camino al despeñadero? Cuando el carruaje se iba acercando, Don Vicente vislumbró a lo lejos la figura de Juan José Carrera saliendo a todo galope. "¡Don Juan José, detengase un momento!" suplicó desde el carruaje Don Vicente Egidio. Éste consideraba a Juan José como el más prudente de los Carrera, y por lo demás el único con verdadero ascendiente militar sobre sus tropas. Apenas se detuvo Juan José, saludó cordialmente a Don Vicente, se excusó y siguió su marcha a todo galope. "¡Este mundo se ha dado vuelta!" refunfuño Don Vicente García Huidobro mientras el carruaje ya entraba en la casona de los Carrera. 

En el salón de la gran casa lo esperaba el patriarca de los Carrera, Don Ignacio Carrera Cuevas, que ese septiembre de 1812 tenía ya 67 años, seis años mayor que Don Vicente García Huidobro Morandé. Ambos se saludaron efusivamente. Si bien Don Ignacio Carrera había estado en las principales reuniones a través de las cuales los patricios se hacían con el poder, era un hombre prudente...y lo más importante, el único que podía atajar las locuras de sus hijos. Apenas tomaron asientos, Don Vicente Egidio comenzó a decir todo lo que tenía ya preparado: "Don Ignacio, apelo a la larga amistad que nos une. Apelo al recuerdo de su querida y difunta esposa Doña Francisca de Paula Verdugo Fernández de Valdivielso, mi coterranea, detenga esta locura, por Dios, antes que sea demasiado tarde". Ambos hombres se conocían hace muchos años. Ambos pertenecían a ese cerrado grupo de familias patricias. Además, efectivamente, la difunta esposa de Don Ignacio Carrera había sido la nieta de la tercera hija de Silvestre Fernández de Valdivielso y Arbizú. Ese entreñable amigo de Francisco García Huidobro Goméz de Zorrilla había pasado a Chile y terminó residiendo en Valparaíso. Su tercera hija, la María Juana Fernández de Valdivielso Herrera, había casado muy joven con Don José Antonio Verdugo. De este matrimonio había nacido la esposa de Ignacio Carrera, y madre de estos desquiciados y ambiciosos jóvenes, la Francisca de Paula Verdugo Fernández de Valdivielso. "Son los Larraín, los Mackenna, los Marqués de la Plata, Usted bien lo sabe, están haciendo un golpe de estado a nuestra vista y paciencia...y no hacemos nada. Mire a dónde todo esto nos está llevando...todos como perros furiosos tratando de hacerse con un pedazo de la presa. A la guerra civil nos llevará. Y Usted bien lo sabe. Perdone mi impertinencia, pero Usted es el único que puede detener a sus hijos". 

Don Ignacio Carrera se levantó y se dirigió al ventanal que daba al parque, dándole la espalda a Vicente García Huidobro Morandé. "Mi viejo amigo, a mí tampoco me gusta el derrotero que están tomando estos acontecimientos. Usted me conoce muy bien. Por la memoria de mi querida esposa, le prometo que la mayoría de las noches apenas si duermo. Pero, si no son mis hijos, entonces ¿quiénes? ¿El huacho de O´Higgins con el tontorrón de Mackenna?" "Ni uno ni el otro-interrumpió Don Vicente-la fidelidad a nuestro Rey y a la Junta de Cadiz es lo único que nos puede salvar de la anarquía. Dios nos pedirá cuentas de la sangre que se derramará. Recuerde, en un par de años, nos estaremos matando unos a otros, y la masacre será considerable". Y sí, Don Ignacio Carrera sabía que este golpe de estado que los iluminados por un par de pecetas llamaban independencia, no acarrería sino desorden y anarquía. Lo que ambos no sabían era el precio que cada uno por separado tendría que pagar en esta tragedia que se cernía sobre la Capitanía. 

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