Tres eran, tres, las llaves del pasado...(Irene Garmilla)


 En tiempos del Antiguo Régimen cada pueblo de la Merindad de Valdivielso tenía un archivo del concejo guardado en su parroquia, y el Archivo de la Merindad estaba en el lugar que hiciera de capital de la misma, o en el que tuviera a bien designar la Junta de Merindad. Como era grande la importancia de los documentos guardados en estos archivos, cada uno de ellos se cerraba con tres cerrojos. Así era en todo el Reino de Castilla y también en el de Aragón. Los “claveros” eran los encargados de custodiar las llaves (o “claves” en castellano antiguo). La ley establecía que en cada lugar dichos claveros fueran siempre tres personas a las que el concejo confiaba una llave a cada una. Lo más frecuente era que estas personas fueran regidores (alcaldes y concejales en el posterior régimen constitucional), y eran los llamados “regidores claveros”, aunque también podían ser claveros el señor párroco y asimismo el escribano o fiel de fechos que hubiera en el pueblo o el escribano de la Merindad. Siempre eran nombrados por el concejo, o si se trataba del archivo de la Merindad los nombraría la Junta de Merindad. Los claveros no podían transferir a nadie la llave y, en caso de que por enfermedad o ausencia del pueblo no pudiera un clavero asistir a la apertura y cierre del archivo, el sustituto lo tenía que designar el concejo. También se llevaba un registro de los documentos guardados. Aun así, como la corrupción o la picaresca son más viejas que la tos, podía suceder que algún documento desapareciera, pero las penas que se imponían a alguien que se llevara un documento a su casa y no lo devolviera eran muy serias: podían consistir en una multa cuantiosa o en un embargo de bienes, llegando incluso a la excomunión del ladrón decretada por un tribunal eclesiástico.

Y volviendo a las llaves simbólicas del pasado, desde luego a don Manuel Fernández-Quintano Saravia de Rueda le interesaba mucho utilizar la tercera, la de la búsqueda de raíces nobles. Este vecino de la ciudad de Santander, nacido en Burgos en 1719, era oriundo de Valdivielso, con muchas generaciones de nobles antepasados en este Valle que siempre ha dado más hidalgos que cerezas. Manuel Fernández Quintano era notario mayor de asiento y archivista del Tribunal Eclesiástico de Santander y, ya se sabe, aunque en 1772 iba a cumplir 53 años y tenía bien hecha su carrera profesional, nunca estaba de más que se le reconociera una hidalguía, y sobre todo solicitaba el reconocimiento para sus cuatro hijos, tres niños y una niña de entre 1 y 9 años de edad, habidos con su esposa Rosa O’Donovan Viescas, hija de un irlandés, Cornelio O’Donovan, que era capitán del Regimiento de Infantería de Avilés. Cuando presentó la solicitud al Alcalde Mayor de Santander, este le diría: “Mira, Manuel, la nobleza de los clanes celtas de Irlanda no la vamos a discutir aquí, pero que traigan de Valdivielso todos los papeles que puedas conseguir, y bien compulsados.” Ningún problema. Muchas eran las partidas eclesiásticas, los nombramientos de cargos públicos, los padrones de moneda forera y hasta testamentos y contratos donde se ponía de manifiesto la hidalguía en el linaje de los Fernández Quintano en Arroyo, Quecedo y Población, al menos desde el siglo XVI. Incluso se dibujó el bonito árbol que puede verse aquí en una foto. Los claveros de la Merindad de Valdivielso se movilizaron; las llaves de hierro de los archivos abrieron y cerraron; las autoridades testificaron y los escribanos compulsaron. Veamos cómo fue todo este baile.
El Alcalde Mayor de Santander envió un requerimiento al señor Corregidor de las Merindades, el cual se lo remitió a Juan Antonio de Hebro, vecino de Puentearenas, el cual se presentaba a sí mismo como “escribano de Su Majestad, su ejecutor del Número, Juzgado de estas Merindades de Castilla la Vieja, y actual [escribano] del Ayuntamiento de esta de Valdivielso”. Juan Antonio de Hebro notificó a su vez a Francisco de la Garza y Cartes, vecino de Valdenoceda, regidor síndico general de la Merindad de Valdivielso por el partido de Valle Arriba y por el estado de hijosdalgo, que él, Francisco, había sido requerido y comisionado por el Corregidor para supervisar todo el proceso como Juez de Comisión, y que tenía que convocar inmediatamente a los claveros de la Merindad para que se personaran al día siguiente sin falta en la iglesia de Quecedo.
El escribano Juan Antonio de Hebro, que era muy bueno repartiendo tareas y le gustaba verse con mucha gente, citó también a Joseph Martínez, vecino de Tartalés de los Montes, regidor síndico general de la Merindad por el partido de Valle Abajo, por ser en dicho partido donde estaban Quecedo, Arroyo y Población, y para que concurriera en persona “a los cotejos, compulsas y demás diligencias”. La verdad es que Joseph Martínez tenía que personarse de todos modos en Quecedo, porque en aquel mes de abril de 1772 él era uno de los tres claveros del Archivo de Papeles de la Merindad de Valdivielso. Los otros dos claveros del Archivo de la Merindad eran don Diego Núñez, vecino de Escóbados de Arriba, regidor síndico general del partido de “Lo Alto”, o sea de Los Altos, y el propio escribano don Juan Antonio de Hebro, que, además de levantar acta, también tenía que usar su llave.
En la iglesia de Quecedo, además de aquel Archivo de Papeles de la Merindad de Valdivielso, que estaba en la sacristía, también se encontraba el archivo del lugar, por lo que hacían falta otras tres llaves más. Veamos lo que dice el acta: “Don Jacinto Díaz de Tudanca, vecino y regidor actual de este dicho lugar de Quecedo, en fuerza de recado que se le dio, con las tres llabes de el Archivo donde se custodian los papeles concernientes a dicho lugar, su concejo y vezinos, que existe embutido en la pared del lado de la epístola de la Capilla principal (*), y haviendose abierto con ellas, de él se sacó....”. Tenía que haber salido un tasugo que hubiera ido a morderles en salva sea la parte a los dos claveros que no se personaron. Y me enfado porque veo que no se hacían las cosas bien, y así estamos, que ahora no encontramos nada. No se dicen los nombres de los claveros locales quecedanos que no acudieron, ni por qué no estaban, pero me lo estoy imaginando: que no puedo porque me toca el riego, que tengo las vacas paciendo en Santillán, que vayas tú con mi llave, que ya iré yo otro día con la tuya... ¡qué chapuza! Lo único bueno es que entonces sí encontraron los documentos que necesitaba Manuel Fernández Quintano, que detallaban “elecciones de oficios de república”, o sea de cargos públicos, desde 1618, y en ellas aparecía Diego Fernández Quintano, padre del tatarabuelo del solicitante, que ya estaba en el padrón de Quecedo de 1617 como hijodalgo, y que le habían elegido en 1619 para el cargo de “sisero”, que no era sino el que recaudaba la “sisa”, un impuesto sobre géneros alimenticios. Y también había sido posteriormente “Colector de Bulas” y “Diputado de la Junta de Merindad”, “cuios empleos solo se confieren a los hixos dalgo”. Además sacaron padrones de moneda forera y en uno de 1590 aparecía como hidalgo Juan Fernández Quintano, abuelo del tatarabuelo de Manuel Fernández Quintano. Así que todo fue bien, y todos atestiguaron que los documentos eran válidos, y ante el escribano Juan Antonio de Hebro firmaron, como podéis ver en la foto, Francisco de la Garza y Cartes, Joseph Martínez y el regidor clavero del lugar, Jacinto Díaz de Tudanca.
Aquel mismo día 14 de abril de 1772, estuvieron también los dichos Francisco de la Garza y Cartes, Joseph Martínez y Juan Antonio de Hebro con el escribano de Quecedo, García de García Huidobro, y en Población con el escribano de allí, Juan Rodríguez Huidobro, los cuales tenían en sus archivos propios otros documentos relativos a los Fernández Quintano que también iban a ser muy útiles para la causa de Manuel. Al día siguiente estuvieron en Arroyo con el escribano real residente en dicho lugar Bernardo Antonio de Céspedes, casado con Ángela Fernández Quintano, y pudieron ver y certificar más documentos interesantes, como testamentos, contratos matrimoniales, etc.
Sin embargo, no encuentro mención de archivo ni claveros locales en el lugar de Población. Sí que estuvo en la iglesia de San Vicente, de Arroyo, el regidor Francisco Alonso de Huidobro como clavero, abriendo el archivo, y se dice en el acta: “embutido en la pared de su coro existe el Archivo donde se custodian los papeles de este concejo”. Y, por su parte, el cura beneficiado de dicha parroquia, don Juan Antonio Alonso de la Puente sacó un libro de su archivo parroquial y aportó partidas bautismales del siglo XVI. Pero resulta que también en Arroyo faltaban dos claveros para cumplir con la legalidad, o al menos uno en el caso de que el citado párroco fuera custodio de una llave, lo cual no se menciona. Sería cosa de la primavera, que en Valle Abajo florece como en ningún otro lugar del mundo.
Bueno, el caso es que a don Manuel Fernández Quintano y a sus hijos les reconocieron la hidalguía en el padrón de Santander, y no podía ser menos, pues se había hecho un completísimo y avaladísimo informe de ciento treinta y tantas páginas en más de setenta folios, incluido el bonito árbol que ya hemos mencionado.
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Todo esto, y más cosas, podemos ver en los documentos guardados en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, SALA DE HIJOSDALGO, CAJA 1298,18. Y no puedo dejar de expresar mi agradecimiento a la gente de ese Archivo que trabaja en agosto y me envía muchos papeles para que yo, en pleno verano, pueda viajar por Valdivielso, por el Valdivielso del siglo XVIII en este caso. Seguiré viajando y os contaré más cosas. También puede que me dé una vueltita por el Valle en septiembre, aunque me temo que, después de tanto folio viejo, el Valdivielso del siglo XXI se me va a hacer un poco raro.
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(*) He pensado que la que llaman aquí "capilla principal" en la iglesia de Quecedo sería la de San Juan Bautista, porque dicen que el archivo estaba empotrado en la pared del lado de la epístola, o sea, a la derecha según se mira al altar, y eso no puede ser en la capilla de los Pereda, la de enfrente, porque esta en el lado de la epístola solo tiene la nave principal de la iglesia.

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